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La palabra y el burro
Rubalcaba, al que por primera vez se le ve hervir su fría sangre de pez, podría decir que la ETA carece de crédito para estampillar qué es verdad y qué un producto adulterado al servicio de su interés bastardo. Los gánsters también tienen palabra y llegado el caso, utilizan su crédito para la delación. Los políticos, que son capaces de estar en la montaña y en el pantano, nos han enseñado que la verdad es sólo una narrativa de la realidad. Hasta ahora, el ministro del Interior ha retorcido las palabras, acomodándolas a su propia narrativa de la realidad. Ésa es su virtud, moldea los hechos antes de que llegue el primer punto y a parte. En estos días, la información ha sobrepasado la muralla de su léxico y alcanza al verbo de lo que pasó aquellos días después de la T-4, con un par de inmigrantes asesinados por «un perdonable error de cálculo». LLegados al Bar Faisán, conviene explicar la fábula de la palabra y el burro, aquella historia en la que un labriego va a solicitarle un animal a su vecino. Éste aduce que no lo puede prestar porque no lo tiene y entonces, el burro, escondido en el establo, rebuzna. «Me habías dicho que no lo tenías y el animal ha hablado», le conmina; y el propietario, enardecido, contesta: «Lo que no consiento es que antepongas la palabra de un burro a la mía». Dar carta de naturaleza a una versión de los hechos según ETA es un sobresalto con el que no contaba el Gobierno. Los españoles de buena fe no atenderían los rebuznos si los depositarios de la voluntad popular los tuvieran acostumbrados a tratar de tú a la verdad.
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