San Antonio
Rudy el genio incomprendido
por María José Navarro
Siempre hay algo que chirría en ese jugador. Unas veces es una pájara que dura más de lo debido; otras, un cambio de rumbo poco elegante.
Sé lo que muchos de Vds están pensando, sé lo que se preguntan desde hace meses: qué tiene en la cabeza Rudy Fernández. Yo llevo el mismo tiempo que muchos de los lectores de esta parte de la página intentando saber cómo es posible que un muchacho que vive a caballo entre aquí y allá y acullá, con la cantidad de dinero que gana, con la de gente interesante y bien vestida que ve, con la de desfiles y de tendencias que tiene a su alcance, se haya colocado semejante penacho de tinte en todo lo alto. El flequillico de Rudy tiene su aquel y quizá sea una metáfora del ser humano que lleva debajo.
Siempre hay algo que chirría en este jugador. Unas veces es una pájara que dura más de lo debido; otras, un cambio de rumbo poco elegante (como parece ha sucedido con su viraje repentino al Real Madrid), o una vuelta a España supuestamente temporal que indica que algo esconde a una de las partes: o bien engaña a los Mavericks, o le ha hecho la trece catorce al equipo blanco, porque aún está en duda cuántos partidos podrá defender la camiseta merengue, e incluso está en duda su estreno si finalmente las cosas en la NBA se arreglan y comienza la competición.
Sea como fuere, el talento es difícil de domeñar y Rudy tiene tanto que es imposible ponerle puertas al campo. Cómo será de grande el que posee que, a pesar de todo, no hay espectador en el mundo que pueda prescindir de uno de los mejores aleros de nuestro baloncesto. Y el nuestro es, como poco, el mejor de Europa. Gracias, y de manera directa, a Rudy Fernández.
por Lucas Haurie
Jugador marginal en la NBA, es el clásico provocador de taberna que monta la bronca para que sus amigos grandullones se peleen por él.
La única posibilidad de que España no ganase el reciente Eurobasket era que una que de las frecuentes idas de olla de Rudy Fernández envileciese algún partido hasta volverlo del revés. Y ocurrió, nada menos que en la final, cuando el madridista (encaja como un guante en el espíritu pendenciero que Mourinho le ha impuesto a Florentino) agarró por el pescuezo a Parker, al que le faltó el canto de un duro para volver a San Antonio en silla de ruedas. Tuvo suerte por dos motivos: primero, porque la policía lituana no lo detuvo por el homicidio en grado de tentativa que acababa de perpetrar; segundo, porque aunque los franceses aprovecharon la barahúnda y el subidón de adrenalina para apretar el marcador, el margen de la Selección era tan grande que retomó la senda del triunfo en cuanto volvió la calma.
Rudy Fernández, jugador marginal en la NBA, que desde su llegada empezó a implorar su repatriación, es el clásico provocador de taberna que monta la bronca para que sus amigos grandullones se peleen por él. La Selección barre gracias a los Gasol, a Navarro, a Calderón, a Felipe, a Ibaka… Pero la nota antideportiva siempre la pone quien menos incide en el juego. También tiene otra forma de llamar la atención: su adscripción al mundo rosa. Lo mismo se pasea con modelos que sorprende con un peinado rico en laca más propio de Lauren Postigo que de un deportista. Que acabe el «lockout» porque Cristiano puede fallecer víctima de los celos. Si entre los doce apóstoles hubo un Judas, ¿cómo no habría de haber un macarra entre nuestros doce campeones?
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