Polonia
Diplomacia por María José Navarro
Francisco Fernández Fábregas ha sido cesado como embajador español en Varsovia y somos legión los que no remontamos de ánimo después de semejante mazazo. El Ministerio de Exteriores, causante de la fechoría, asegura que se había cumplido el tiempo del diplomático en Polonia, mientras que sus seguidores, rendidos ante su talento, su gracia y su chispeante carácter, creemos que era ahora cuando comenzaba de verdad la diversión. Francisco se montó un festín en su residencia con copas lavadas con Calgonit, mantel de hilo y cubertería de esas que ya no regalan ni los bancos, y se puso como El Tenazas. Usó la bandera de capote, invitó a puros, cacheó con sus manitas a una de las invitadas y faltó a los franceses, es decir, festejó la victoria de la Selección como dictan los cánones del típico español. Desde Laporta y sus celebraciones barrigudas y bañadas (literalmente) en champán del caro, no habíamos visto nada tan patrio y tan racial. A todos nosotros nos duele hoy un poco más España: ya no quedan hombres así, se esconde a los mejores. A todos nosotros nos han pegado el disgusto padre y también a Francisco, que dice no entender cuál ha sido su pecado, que sigue sin entender los motivos de su cese, que continúa sin comprender qué hay de malo en todo eso, qué hay de censurable en su comportamiento. Estamos a un paso de que denuncie una campaña en su contra orquestada por las fuerzas imperiales de la galaxia. Cuando creíamos estar tocando fondo, resulta que el suelo estaba aún más abajo. Nos consuela que, lejos de acabar, el espectáculo sigue representándose casi todos los días. Todo por nuestro bien. Luego dirán.
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