Bruselas

Perdidos en el laberinto griego

La Razón
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El tsunami financiero desatado por el anuncio del primer ministro heleno, Yorgos Papandréu, de someter a referéndum el plan de salvamento acordado en la cumbre de Bruselas, inundó ayer de números rojos las bolsas de todo el mundo, hundió al euro y disparó los tipos en los mercados de deuda. Asestó además un varapalo a los títulos españoles, que vieron crecer la prima de riesgo, aunque recibió el auxilio inmediato del nuevo presidente del Banco Central Europeo con la compra de deuda española e italiana. También han reaccionado todos los líderes, en mayor o menor grado, con declaraciones públicas en apoyo del plan de rescate de 130.000 millones de euros, y de confianza en que Grecia acepte finalmente lo acordado en la cumbre de Bruselas del pasado día 27. Aunque no se oculta que un rechazo del plan, además de suponer una quiebra desordenada de Grecia, y su salida de la eurozona, provocaría un daño extraordinario a la moneda única al romper los planes de recapitalización. Bruselas es consciente, sobre todo, de que el desafío del Gobierno griego ha puesto en evidencia la fragilidad de la propia UE. Sus mecanismos de reacción han fallado, otra vez, y se ha puesto de manifiesto el riesgo de adoptar decisiones controvertidas, provocadas por la presión de los socios de mayor peso. Seguro que Alemania y Francia, los dos grandes del euro, tenían poderosas razones al imponer el plan de rescate tal y como se redactó, pero ya las primeras críticas de Berlusconi en Italia, y de Rajoy en España, alertaban de la ruptura de una imagen de unidad, que ahora debe recuperarse. Y la cumbre del G20, que comienza mañana en Cannes (Francia), con la reunión de hoy de la UE con Grecia, parece la ocasión más adecuada para articular una respuesta eficaz que tranquilice a los mercados. Europa debe dar una respuesta rápida a esta nueva crisis, pues las consecuencias pueden ser letales para la Unión. Por eso no se entiende fácilmente el órdago lanzado por el socialista Papandréu. Puede pensarse que, simplemente, se cansó de soportar las protestas, las violentas manifestaciones y las críticas de una población que reniega mayoritariamente de cualquier política que implique sacrificios y recortes. Pero proponer un referéndum, además de eludir sus responsabilidades como Gobierno electo, supone trasladar a los ciudadanos la carga de aplicarse a sí mismos las medidas de austeridad. Con el probable resultado de un rechazo mayoritario a la propuesta, pues a nadie puede gustar la pérdida de calidad de vida y de perspectivas para un futuro próximo. Así lo entendieron ayer los mercados, con sus masivas órdenes de venta en un nuevo martes negro. El mayor peligro para el primer ministro griego procede sin embargo de su propias filas: la temeridad de su propuesta ha asustado a su propio partido, el Pasok. Ayer, una de sus diputadas abandonó el grupo parlamentario; otra se negó a secundar la propuesta de referéndum y seis más escribieron una carta para exigir la dimisión de Papandréu. La crisis helena toma proporciones continentales a la espera de un valiente que, quizá en Cannes, corte el nudo gordiano griego, ya que desatarlo, parece imposible.