Murcia
OPINIÓN: El desacuerdo
Ados días de las elecciones nos encontramos en España con un escenario que no había sido imaginado por ningún partido político mayoritario. El movimiento «Democracia real» y sus derivas espontáneas, las acampadas en las plazas de muchas ciudades españolas, han modificado las agendas electorales y han obligado a los grandes partidos a reaccionar sobre la marcha ante una situación a la todos, de un modo u otro, han contribuido –aunque nunca hay que olvidar quiénes son los que están en el poder en cada momento–.
La indignación y el descontento creciente ante el estado de la vida pública ha acabado por hacerse visible. Y es que uno se decía constantemente «con la que está cayendo, aquí nadie se mueve, nadie grita, nadie muestra su insatisfacción». Estaba claro que había una decepción y una irritación por la situación del país, pero eso no acababa de percibirse del todo. Al final, a última hora –y habrá que pensar con detenimiento las implicaciones de esta temporalidad–, parece que el conflicto y el desacuerdo han acabado por visibilizarse.
Más allá de las reivindicaciones concretas de este movimiento –algunas son posibles y otras muchas están en el ámbito de la utopía–, uno de los objetivos centrales es hacerse oír, mostrarse, encontrar un espacio para la representación de los fallos del sistema, construir una imagen para tomar consciencia de que hay que cambiar las cosas. Esto se ha conseguido. Eso sí, hay que tener claro que esto no es, como muchos dicen, Egipto. Las libertades no son las mismas –aquí no habrá muertos, ni represiones. Ni las consecuencias de la revuelta tampoco serán iguales –no hay aquí un lugar del «Poder» al que derrocar; las cosas, en democracia, son mucho más complejas.
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