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El cazador cazado por Cecilia GARCÍA

La Razón
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Hay secuencias en la vida que sólo deberían tener cabida en una película. Lo que ha sucedido estos días en El Salobral tendría que corresponder sólo al territorio de la ficción, una ficción turbia, obscena. Pero ha sido real, aunque Juan Carlos Alfaro sí se miró en el espejo del cine y eligió disfrazarse de «Rambo» para cometer sus crímenes. Posiblemente el experto cazador nunca se imaginó que durante las últimas horas de su vida se vería como un depredador emocional atrapado en su guarida mientras hacía oídos sordos a los negociadores de la Guardia Civil, que intentaban que sus palabras hiciesen mella en su mente para que se entregase. Al fin, Juan Carlos Alfaro cedió, aunque no se doblegó su voluntad. Desde el sábado, como dice la letra de un bolero, decidió «morir matando/ matar muriendo/ sin piedad de ti/ sin piedad de mí». Utilizó la misma arma que usó para, presuntamente, asesinar a la menor para pegarse un tiro en la cabeza, una macabra manera de unir sus destinos en la muerte. Después, sólo el silencio, aunque la madre de la niña nunca enmudeció. Horas antes, gritaba desesperada en la calle, con un desgarro propio de Ana Magnani, un «¡no me habéis hecho caso!» que tronaba por todo El Salobral. Sólo se aplacó durante un prematuro entierro. ¡Qué sensación de irrealidad debían de vivir unos y otros! También la sociedad, que asistió a esta eclosión de dolor perpleja y escandalizada.