Historia

Castilla y León

OPINIÓN: Al ex-abad de Silos

La Razón
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Pocos saben que los monjes no llaman a su abad por su nombre de pila sino de oficio. Le llaman padre, padre abad. Yo he entrevisto en esta costumbre la ambigüedad propia de lo humano pues humano es llamarnos unos a otros por nuestro nombre de pila -el que nos pusieron- y humano es también llamarnos por aquellos nombres que nosotros mismos hemos elegido. No hemos elegido el nombre que nos pusieron. Pero sí el que ponemos a quienes nos eligieron y a quienes elegimos nosotros. Al amigo y al maestro, al padre y al esposo.
Los seres humanos, además de presentarnos por nuestro nombre propio, podemos representar, unos para otros, un oficio sagrado: el de padres, maestros, amigos, esposos. Por nuestro nombre propio somos únicos, es decir, frágiles como todo aquello de lo que queda apenas un ejemplar.
Por lo que podemos representar somos también únicos, pero de otra manera. Somos únicos como Dios lo es para quienes en Él creemos. Ahora bien, vivir es jugar con lo que somos y lo que representamos. Unos juegan a ocultar lo que son en lo que representan. Otros, en cambio, jugamos a manifestar lo que representamos con lo que somos porque creemos que el ser en toda su fragilidad es noble, el cobijo más noble del que dispone el que representa algo para otros. Y es que representar un oficio sagrado es vivir a la intemperie, expuesto a la mirada de aquellos para quienes uno representa tanto.
De esto sabes mucho tú, mi querido Clemente, que ahora, concluido tu abadiato, recobras tu nombre de pila, el noble cobijo en el que siempre serás acogido por cuantos te quieran como eres.