Ibiza
Los camareros de europa por Cecilia García
Si Alemania fuese un hombre tendría como esposa a Francia y elegiría a España para ser su amante. Tal cual. Para Alemania, Francia es el objeto a cortejar, con el que aparecer en las fotografías oficiales dando imagen de respetabilidad, con quien forjar una relación entre iguales, estable, duradera –también a veces aburrida, no nos vamos engañar– pero, sobre todo fiable. España es… otra cosa. Una amante de ida y vuelta, que lo mismo se la coge que se la deja, con la que liberarse de las rigideces, desinhibirse sin ataduras ni compromisos a largo plazo y, sobre todo, pasárselo bien sin complicaciones, en un estado de vacaciones permanente. De ahí, que a los alemanes de la calle, Francia les inspire respeto, casi siempre teñido de algunas vetas de envidia, y España les resulte simpática, divertida y hedonista. Lo que está muy bien, pero a veces cansa, por aquello de que no se nos termina de tomar en serio.
Pregúntenle a un alemán por los españoles y visualizarán a un hombre o a una chica de sonrisa complaciente, siempre solícito y amable, vestido con una camisa blanca, en su defecto una camiseta, y un pantalón negro. Y con una bandeja en la mano o, apurando ya mucho, con una chapa en el pecho con su nombre. Pocas veces asocian la imagen de un español con traje, corbata y una cartera y gesto de concentración. Y no es por prejuicios, simplemente es que para los teutones España y los españoles somos un parque temático en el que no falta la jarana, las jarras de sangría y la tortilla de patatas, para los jóvenes las discotecas donde no se pone el sol y para los jubilados mañanas y tardes donde la única ocupación es echarse protector solar y espantar a los mosquitos con un tortazo. De ahí que los germanos tengan una especial querencia por veranear en nuestro país, pocas veces o casi nunca trabajar, que para eso ya estamos nosotros, que lo mismo les ponemos una cerveza con una tapa, que les arreglamos las habitaciones donde duermen, les vendemos cada mañana el «Bild» o les ponemos las hamacas allí donde el sol más calienta para que terminen el día con un «moreno-langosta» y vuelta a empezar. Es una colonización pacífica y tácita que se sucede todos los veranos y fiestas de guardar. Ellos nos dicen qué hacer y nosotros ejecutamos, y quien quiera que busque un paralelismo político-económico. Es duro afirmarlo, pero para mí, que más de un 70 por ciento de los alemanes piensan que somos los camareros o los tenderos de Europa. No es ni bueno ni malo, pero no se ajusta a la realidad, a la nuestra preciso, que sí a la suya por cuanto hace años que ya pusieron una pica en Mallorca, comprándose casas y apartamentos en propiedad, y llenando los hoteles de las Islas Canarias, sus destinos preferidos.
En este contexto convendrán que los alemanes y españoles nos miramos, pero raramente nos vemos. Mantenemos unas relaciones de temporada, fugaces e intermitentes. Salvo dos excepciones. La primera la del racial Manolo Escobar y su esposa Anita. Y se repite el cliché: ¿dónde se conocieron? En una sala de fiestas de Playa de Aro, donde la alemana pasaba las vacaciones con su familia. De nuevo la playa, y una germana de vacaciones y un español trabajando. Después está la pareja formada por Norma Duval y el empresario alemán Mattias Kühn… Más de lo mismo, no se vieron por primera vez en una casa rural en la España profunda, no, fue en Ibiza, en la isla de Tagomago, propiedad de Kühn. Y es que entre los españoles y los alemanes las relaciones son para el verano. Y de vacaciones, por supuesto.
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