Historia
Días sin humo
Dentro de dos días habrá acabado el tiempo de la tolerancia y ya no podré fumar en los bares. Tengo la opción de acudir a pesar de la prohibición o renunciar a mi vida en los cafés. También podría ocurrir que en un descuido encendiese un cigarrillo, alguien lo denunciase y al poco rato se me echase encima un fornido policía dispuesto a reducirme de la manera más expeditiva, como si en vez de un cigarrillo hubiese sacado del bolsillo una pistola. Lo que era un vicio se convierte ahora en un delito y a los fumadores se nos considerará un peligro social, además de un quebranto sanitario. Vivimos una era de hipocresía en la que la salud individual importa más que la decencia pública, un tiempo en el que ser nazi se considera menos peligroso que ser fumador, probablemente porque entre la pudibunda casta política prolifera la clase de idiota que considera que los vicios son siempre más peligrosos que las ideas. Tal vez olvidan que los grandes dictadores fueron siempre declarados enemigos públicos de los vicios y llevaron sus vidas con arreglo a una sobriedad que ni siquiera a sí mismos se imponían los santos. Yo creo que un hombre sin vicios tiene disponible a mayores el tiempo que necesita para tener ocurrencias como la de prohibir fumar, que es una tentación muy acorde con la personalidad de quienes –como Franco, como Hittler, como Mussolini, como Pinochet…– siempre consideraron que los vicios son una imperdonable flaqueza del espíritu, una lacra psicológica que les impediría ejercer el poder con la permanente dedicación y la férrea entereza con la que ellos lo ejercieron. Curiosamente, ninguno de los grandes dictadores tuvo jamás la ocurrencia de prohibir el consumo de tabaco en los bares. Sabían que el pueblo soporta que le racionen la cultura, pero es muy reacio a que se le restrinjan los vicios. Yo he tomado unas cuantas decisiones equivocadas en mi vida. Raras veces se me puede ver sin un cigarrillo en la mano, pero estoy seguro de que la mayoría de esos errores los cometí en uno de esos contados momentos en los que no me quedaba tabaco en el bolsillo. No es que el tabaco me vuelva más sensato, no; lo que pasa es que siempre he empleado en los vicios el tiempo que por suerte no dediqué a ser tan sensato como esos tipos de la política que se empeñan en hacernos creer que la libertad es algo que se conquista como consecuencia de ignorar sus beneficios y padecer sus restricciones.
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