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Tiananmen al fondo

La Razón
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Hace apenas unos días, la Policía tuvo que reprimir en Valencia a una multitud que arremetió violentamente contra sus agentes. La reacción de la progresía ha sido espectacular. Un fulano que había quitado la porra a un policía, en apariencia, para golpearle con ella, fue convertido por la propaganda en un ciego víctima de la brutalidad fascista. En internet se colgaron, como suele ser habitual, fotos manipuladas que incluso se tomaron hace años para mostrar la supuesta brutalidad policial. Finalmente, en el colmo de la cursilería, se ha comparado lo sucedido en Valencia con la represión que sobre los estudiantes chinos desencadenó la dictadura comunista en la plaza de Tiananmen. Al cabo de unas horas, a pesar de que el ministro del Interior no se esté luciendo precisamente, sabemos que hay profesores de alguna institución docente de Valencia que ofrecen aprobados a los alumnos que en lugar de ir a clase se dediquen a manifestarse contra el Gobierno del PP, que ni uno solo de los veinticinco detenidos en Valencia es estudiante y que, por el contrario, estaban integrados en colectivos tan recomendables y benéficos como el «okupa», el independentista y el antisistema. En otras palabras, que de los estudiantes que oponían sus libros a las porras, según términos de la deplorable agitación «progre», no había ninguno que lo fuera y, seguramente, estaban más lejos de la letra impresa que un guarro del jabón. La verdad es que llevamos tanto tiempo padeciendo la violencia sindical que pone silicona en las cerraduras, rompe lunas de comercios o coacciona a los trabajadores que quieren trabajar; llevamos tanto tiempo padeciendo la violencia nacionalista que lo mismo honra a asesinos públicamente que impide estudiar en español; llevamos tanto tiempo padeciendo la violencia de una izquierda que lo mismo cerca las sedes del PP que ocupa impunemente plazas o corta calles que, al parecer, hemos perdido el sentido de la realidad. En un Estado de Derecho, por definición, la violencia es monopolio del Estado. Esa violencia –la espada, como la llamó con término acertado Pablo de Tarso– la puede ejercer no porque de manera despótica la ha asumido sino porque los ciudadanos se la han otorgado para que los protejan de aquellos que quebrantan la Ley. Precisamente por eso, es legítimo que la puedan utilizar los policías que tienen que detener a un delincuente, reducir a un terrorista, disolver una manifestación no autorizada o repeler una agresión de anti-sistemas disfrazados de estudiantes. No se trata de barbarie fascista sino de imponer la Ley. Ésa es la realidad elemental que conoce cualquiera que no quiera jugar a la revolución desde su poltrona subvencionada. Citar por eso Tiananmen para referirse a los sucesos de Valencia no pasa de ser un intento de intentar engañarnos, eso sí, como a chinos.