Literatura

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Momentos de carnes abiertas por Enrique Miguel RODRÍGUEZ

La Razón
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Así se me ha quedado a mí el cuerpo, porque una vez más la realidad está por delante de la fantasía o la adivinación. La semana pasada escribía sobre lo que se imponía en las próximas fiestas. Llevarse en plan rancio cajitas de zapatos o actualmente los «táper» llenos de filetes y ensaladilla. Pero he aquí que la verdad se ha hecho presente y además de forma muy dura. Conocemos que la vicepresidenta del Gobierno ha tenido una lumbalgia grave y ha tenido que despachar desde la cama de su casa. ¿Por qué se ha producido? Es más fácil de entender de lo que parece. Después de catorce horas de intenso trabajo tratando o resolviendo graves problemas, incluso teniendo reuniones con el jefe de los espías españoles, al llegar a casa tuvo que poner el friegaplatos y la lavadora. Allí, con las prisas, tremendo tirón en las cinturas. Aquí no llegan las desgracias. Sabemos por este periódico que el presidente del Gobierno pasó el puente en una finca propiedad del Estado, pero, para que comprendamos cómo esta la situación, a pesar del personal de la estancia oficial, la esposa del presidente llevó los «táper» con la comida ya hecha desde la Moncloa. ¿Es dramática o no es dramática la situación? Lo que comentábamos como una especie de sarcasmo ahora parece que se ha hecho realidad hasta en la Jefatura del Gobierno. ¿Qué pasará con los miles y miles de restaurantes de España, o con los grandes cocineros que copan las listas mundiales si toda la altura de la cocina española termina reducida a los «táper» llenos de ensaladilla y alitas de pollo fritas? Por cierto, para que veamos que podemos contar algún dato histórico aparte de «táper». El palacio de la Moncloa perteneció a la Casa de Alba. A la muerte de Cayetana, la de Goya, no teniendo herederos directos, me refiero a que no tuvo hijos, aquel personaje nefasto, Godoy, consiguió que lo expoliaran para los fondos de la Corona, al tiempo que él se quedaba con el palacio de los Alba en Madrid.Me refiero al de Bellavista, que está situado en la mismísima plaza de Cibeles. Siempre en la política ha habido quien se ha quedado incluso más de lo que debía.