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Remordimiento y precio

La Razón
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Muchas veces he confesado sentir remordimientos por decisiones que no tendría que haber tomado y que ahora me pasan factura. Como nada de lo que pertenece al pasado tiene ya remedio, por lo general me limito a condonar mis culpas con un interesado baño de literatura y cinismo. No hay un solo remordimiento que no pueda ser transformado en simples efemérides gracias a encubrirlo con una frase afortunada. Supongo que ésa es la razón por la que no es mi conciencia, sino mi falta de inspiración, lo que a veces complica mis recuerdos. Aunque alguien pueda considerarlo un razonamiento interesado, la verdad es que no ha habido en mi vida apenas una sola conquista que no haya sido la maravillosa e inesperada consecuencia de un error, igual que reconozco haber descubierto el encanto de unas cuantas ciudades gracias a haberme equivocado de carretera mientras iba a otra parte. ¿Cómo acertar con la maravillosa tercera esposa sin haber frustrado antes los dos matrimonios anteriores? Sus probadas virtudes hacen dichosos a muchos hombres, pero me pregunto si no serían aún más felices en el caso de haber sucumbido a las tentaciones a las que se resistieron con dudosa valentía. He preferido siempre al hombre derrotado que a aquel que sobrevive sin haber luchado. Por eso cuando un muchacho me pide consejo sobre qué actitud adoptar frente a las tentaciones, me limito a decirle que prevenirse a costa de lo que yo aprendí de mis errores no le hará en absoluto más feliz que sufrir a consecuencia de los suyos. Muchas mujeres saben de qué hablo porque sin duda el calzado que mejor recuerdan son aquellos hermosos zapatos de tacón que tanto daño le hacían al andar. De todos los besos que un hombre recibe a lo largo de su vida, sólo son verdaderamente inolvidables los que le produjeron al mismo tiempo sangre, placer y remordimiento. Mi mala reputación me ha librado muchas veces de la agotadora e inútil retórica del flirteo. Ellas saben que no tendrán que buscar demasiado para dar con lo que en el fondo desean encontrar. Ambos sabemos que es muy probable que lo nuestro esté abocado al fracaso y sin embargo no le ponemos remedio. Puede que seguir adelante sea un error, pero, ¡qué demonios!, ya somos mayorcitos y tenemos la absoluta certeza de que los remordimientos conviene dejarlos para después de cometidos los errores, igual que evitamos el bicarbonato antes de haber comido. Como me dijo de madrugada una fulana en un garito, «los seres humanos no son más felices cuando dominan sus instintos, sino cuando pierden el pudor». De todas las locuras que hice con aquella mujer, sinceramente sólo de vez en cuando me remuerde su precio.