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Cuando más quería vivir por José de Santiago

«Soy una mujer a prueba de sustos, los doctores comentan entre ellos que parezco un toro», decía Belén
«Soy una mujer a prueba de sustos, los doctores comentan entre ellos que parezco un toro», decía Belénlarazon

Tenía la voz quebrada, como si hablar le costara una eternidad. Cuando le hice para la revista «Pronto», la que ha quedado para los archivos periodísticos como su última entrevista, hace apenas mes y medio, Belén Ordóñez tenía muchísimas ganas de vivir. Había ingresado en la clínica El Viso para recuperarse de todos sus males pulmonares, y no sabía que la muerte le rondaba a traición por la espalda.
Qué difícil es escribir sobre la desaparición de una amiga. Y Belén lo era. Me lo demostró a lo largo de los años con sus palabras de cariño cada vez que me la encontraba o que la llamaba para interesarme por su estado de salud. Su lucha contra el tabaco la puso al borde del abismo muchas veces. Su mala capacidad respiratoria originó un EPOC en cuarto grado, unas fuertes taquicardias y el ingreso cada cierto tiempo en clínicas y hospitales.
Pero ella podía con todo, o con casi todo. En esa última charla entre amigos, me confesó que «debo adaptarme a una nueva vida. Porque nunca podré llevar una existencia normal. He estado a punto de morirme, todavía no me lo creo…Es muy fuerte». Intentaba autoconvencerse de que, de una vez por todas, tenía que tomarse las cosas en serio.
Quién le iba a decir que ese aviso del destino, la llamada de la muerte, se materializaría mes y medio después, casi coincidiendo con el octavo aniversario de la muerte de su hermana, Carmina. Porque Belén ha dicho adiós a este mundo ocho años y diez días después del fallecimiento de «la divina».
La vida es injusta con quien menos se lo merece. Belén estaba decidida a luchar, por ella, por su hija, Belencita, por esos sobrinos que siempre estuvieron a su lado, Fran y Cayetano, sus niños, como la Ordóñez les llamaba, y me dijo que ni se le pasaba por la cabeza pensar que iba a morirse pronto, que, por primera vez, «voy a hacer caso a los médicos en todo, incluso en dejar definitivamente de fumar».
¿Incluso en eso?, le pregunté. Y contestó: «Sí, ya es hora de curarse, aunque sé lo difícil que me va a resultar olvidarme para siempre del tabaco».
Dependía más de una máquina para respirar que de ella misma. Confiaba en «resucitar» de todos sus males terrenales y me dejó, para el recuerdo, una frase que lo significaba todo: «No me quiero morir, nadie quiere morirse tan joven como yo. Tengo 55 años y me quedan muchas cosas por hacer».
Los médicos que la trataban de sus graves problemas respiratorios estaban asombrados de su fortaleza. Ella esbozaba una sonrisa cuando me decía que «soy una mujer a prueba de sustos, los doctores comentan entre ellos que parezco un toro».
También le dijeron que, o se cuidaba más, o el susto podía ser definitivo. Quizá no hizo caso, quizá no pudo aguantar más los vaivenes de la vida. La realidad es tan cruda como que Belén ya no puede contestar a mis llamadas, ella, que se alegraba tanto cuando le lanzaba mis palabras de ánimo y de cariño. Yo creo que, en el fondo, no éramos muchos los que nos preocupábamos por su estado de salud.
Muchos de aquellos que compartieron con Belén Ordóñez juergas de vino y pescaíto en El Rocío se olvidaron de ella cuando el dinero comenzó a escasear. La miraban de otra forma, como se mira a una enferma. Sin darse cuenta de que detrás de la enfermedad latía un gran corazón.
A nosotros, a los que la quisimos de verdad, hoy nos queda un gran vacío en el alma.

José de Santiago
Periodista