Eslovaquia

Los notarios del clima

En los pequeños pueblos de España, miles de colaboradores de Aemet toman nota de las temperaturas todas las mañanas, haga frío, como ahora, o calor 

Los notarios del clima
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Abel es físico, porque estudió esa carrera, pero ahora es profesor de Matemáticas y también fue manager de sistemas. Vive en Peralejos de Las Truchas (Guadalajara), aunque también vivió en Madrid y pasó años en Eslovaquia. Como todos, Abel ha sido muchas cosas, ha cambiado de profesión, probablemente de gustos y de manera de ser, pero lo que le define de verdad, lo que se puede decir sin dudar, es que es un hombre del tiempo. Desde siempre lo ha sido, desde que en casa, con una botella de Coca-Cola se inventó un pluviómetro, desde que ponía un termómetro en el marco de la ventana de su casa, en la sombra y todas las mañanas tomaba notas de la temperatura y las apuntaba en una agenda.

Cuando estuvo en Madrid, estudiando, se pasó por la hemeroteca de la Universidad Complutense para leer cómo eran las temperaturas en los años 60. Ahora sigue haciendo lo mismo, aunque de una manera más oficial. Todas las mañanas se acerca a la garita que hay al lado de la tienda de alimentación de su pueblo (la única tienda de alimentación) y toma las temperaturas que marcan los termómetros que le mandó Aemet, la agencia estatal de meteorología. Todos los días tiene la misma rutina y, a final de mes, manda los datos para que se queden registrados. Gracias a él se sabe que Peralejos de las Truchas es uno de los pueblos de España que más frío ha pasado durante estas dos últimas semanas de invierno. Casi alcanzó los -13 una noche. «Aunque eso del frío –dice Abel– es relativo. En un pueblo de los Pirineos, si la temperatura no pasa de los 2 grados durante el día, seguro que pasan más frío que aquí».

Abel es un tipo en peligro de extinción, un ejemplo de cómo la vida ha ido cambiando, la gente abandona el campo, se muda a la ciudad y se fija en el tiempo por internet. Es muy complicado que en estos tiempos alguien se comprometa los 365 días del año a tomar los datos, haga calor o un frío terrible como el que ha sufrido Abel estos días. Él y también los casi 3.800 colaboradores desinteresados de Aemet. Gente por los pueblos de España, donde no hay estaciones oficiales, sino garitas que parecen lugares abandonados, algo tristes, con termómetros dentro: «Claro que da pereza madrugar todas las mañanas para tomar las temperaturas. Siempre hay un día que no puedes, porque es imposible, porque tienes cosas que hacer. Yo me compré una estación automática, que me costó unos 200 euros y que puede hacerlo cuando yo fallo. Pero no mucho más, porque no es muy fiable. Las de Aemet sí, pero la mía puede tener un desvío y hay que calibrarla. Si me marcho de vacaciones un mes, es mi suegro el que viene a tomar los datos».

Tradición familiar
Muchas veces son hijos de colaboradores que han seguido con la afición de su padre. «Cuando se crea el servicio, tenemos la necesidad de tener información en los pueblos y se buscan sacerdotes, farmacéuticos o maestros. Tenían que hacer una observación una vez al día y se mandaba una vez al mes. Se hacía por amor al arte», cuenta Ángel Rivero, portavoz de Aemet. Según cita José Ángel Núñez Mora, en 1911 se ejecuta el plan de lograr una red de colaboradores: «Se recibieron ofrecimientos de casi 800 personas, de las cuales más de 400 eran maestros». «Eran y son imprescindibles», explica Ángel Rivero, «porque nos ayudan a cubrir casi toda España, porque sólo tenemos 400 estaciones automáticas»,

Abel creó una asociación ecológica para tener mayor importancia y, con la colaboración de un amigo, logró en 1996 un pluviómetro. Después, cuando, según él, en el antiguo Instituto Nacional de Meteorología se dieron cuenta de que era un tipo fiable, que iba todos los días, tomaba los datos y los mandaba, le dieron más material. «Nos cedieron una garita de madera antigua que estaba en desuso en Corduente» y la construyeron en Peralejos. Al principio estaba en la entrada del pueblo, ahora dentro. Él arregla la garita, él la pinta, él madruga, toma las notas, las manda por ordenador. Y a cambio, a veces recibe una gratificación, a veces 180 euros anuales. Porque no es por dinero, es por amor.