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La jauría sangrienta

La Razón
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Era un asesino, un torturador y un tirano sin medida. Los que lo lincharon son como él. Era un sanguinario, un déspota y un criminal. Los que lo lincharon son como él. Pocas veces me he sentido tan estremecido viendo las imágenes de una turba enloquecida, de una jauría inhumana, como la de los rebeldes linchando, golpeando y matando a Gadafi. A Sadam Husein lo capturaron, y le organizaron un juicio estrafalario, pero su ejecución tuvo un mínimo de dignidad. Cuando el gran anfitrión de Santiago Carrillo, el asesino Nicolae Ceacuescu y su mujer Elena, son detenidos por sus propios soldados y sometidos a juicio –por así llamarlo–, en un caserón perdido entre los bosques rumanos, se escenifica un juicio –su abogado defensor parecía el fiscal–, en el que son condenados a ser fusilados. La ejecución se lleva a cabo inmediatamente, porque quienes juzgaron al asesino comunista y a su depredadora mujer eran como ellos. Pero no hubo tortura ni linchamiento.
Produce asco y vergüenza que la OTAN haya colaborado tan activamente en la barbarie. Ventajas en los contratos petrolíferos, porque a los países de la OTAN, los libios, sean gadafistas o de los denominados rebeldes, le importan dos cáscaras de avellana. Occidente actúa cuando el petróleo se manifiesta, y cambia de chaqueta con facilidad asombrosa. Dos años atrás, Gadafi, que era un criminal demostrado y reconocido, fue agasajado por todos los mandatarios occidentales con intercambio de efusivos besos y generosos regalos. Allí donde no se orientan los grandes intereses occidentales, la OTAN no interviene. Pero ése es otro cantar.
Creo, además, que han matado a la hiena para sustituirla por una bamba negra. Pero no se trata de la muerte de la hiena, sino de la manera de acabar con su vida, con saña medieval, con brutalidad salvaje. Resulta cómico que Gadafi rogara a sus rabiosos asesinos clemencia. Él no la tuvo con sus centenares de miles víctimas. Él no la tuvo cuando financió durante décadas el terrorismo internacional. Pero la clemencia es lo que separa a la civilización de la barbarie, y el perdón lo que distingue al cristiano del musulmán. Ese linchamiento cobarde, sangriento y furioso es un dibujo del medievo.
Gadafi tendría que haber sido juzgado con todas las garantías que concede un Estado de Derecho. No por los libios, sino por el tribunal Internacional. Toda una vida, el final de ella, entre rejas. Los «buenistas» abominan de la condena a reclusión perpetua, pero no parece importarles la brutalidad del linchamiento medieval con resultado de muerte. A partir de ahora, a los llamados «rebeldes» habría que denominarlos «cobardes». La OTAN se lava las manos, como Pilatos. Ya tienen sus naciones, al menos por ahora, asegurado el suministro de petróleo libio. Hasta que el próximo sátrapa en el poder decida lo contrario, que lo decidirá.
Pero eso pertenece a la política y al comercio. Miserias de los mercados. Lo que me llama hoy a escribir este artículo es la salvajada de un linchamiento, por muy salvaje que haya sido el linchado, golpeado y asesinado. Los libios que se hayan sentido complacidos por esa barbarie merecían a Gadafi y su tiranía terrorista. Y los occidentales quedarnos sin una gota de petróleo libio.