Alicante
Carta póstuma a Miguel
Hoy hace cien años Miguel que abriste tus ojos verdes, redondos y despiertos al mundo, que pronto se fueron. No tuviste tiempo, ni tampoco te dejaron. Ni los unos, ni los otros, los que te negaron el aliento, las bocanadas de esperanza. Lo tuyo fue lo más parecido al infierno. Si hoy estuvieras aquí podrías ver la inutilidad de tanto esfuerzo, la esterilidad de los fogonazos de la incomprensión y la importancia del amor de los que no mienten. Ya es tarde para tí. Ya es tarde para los que te buscamos en el verso y no te encontramos. Nos quedó tu querencia fina, esparteña y con olor a cebolla. Un ejemplo. Cuantos entramos en las letras en esta tierra árida del Vinalopó y el Segura de tu mano, con tu lectura escondida y traviesa, clandestina y feroz, sufrimos tu ausencia. Hoy quiero rendirte un homenaje que quise y no pude nunca. Se lo dije a Josefina hace mucho tiempo y con lágrimas en los ojos me templo en tu recuerdo. Paco Mollá me habló de tí; de vuestros paseos en la cárcel de Alicante, y me legó un poema que hoy te lo leo en voz alta: «En filas el dolor se queda firme/ en la selva sin árboles del patio./ La tarde va a morir. Sobre los cielos/ aparece un lucero sollozando.../ La música es de lágrimas humanas/ que en los pechos se van lentas filtrando.../ ¡Miguel Hernández va entre cuatro tablas/ la caja sin forrar de pino blanco!/(...) La música agoniza y muere el día./ El silencio aparece devorando/ ¡La vida del Poeta ha concluido!/ ¡La vida del Poeta ha comenzado!».
✕
Accede a tu cuenta para comentar