Sevilla

Chorrada igualitaria

La Razón
La RazónLa Razón

Hacen el chorra para despistar la atención. La nueva norma sobre los apellidos quiebra la costumbre y la normalidad. A primera vista es una idiotez, pero a la larga se puede convertir en una amenaza contra la unión de las familias. Eso, la familia, el núcleo fundamental de la sociedad civilizada, y que tanto odian los socialistas. El ministro Caamaño, responsable máximo de la chuminada, ha descubierto que la primacía del apellido paterno sobre el materno no es constitucional. Un poco tardío el descubrimiento, a mi humilde entender. La igualdad humillada por la necedad. Esa igualdad obsesiva y enfermiza que demanda la progresía botarate. Ahí tenemos al candidato a la alcaldía de Sevilla, que puede hacer bueno a Monteseirín, o como se llame. Lo ha dicho en serio, lo cual asusta: «Quiero hacer de Sevilla capital metropolitana de la nueva economía sostenible de la igualdad». Que me aten esa mosca por el rabo.

De vuelta a los apellidos. ¿Acaso las letras del abecedario no tienen derecho a la igualdad? ¿Por qué la «a» cuenta con más posibilidades de sobrevivir que la «z»? En el «Diccionario de Apellidos Vascos» de Isaac López Mendizábal, los últimos de la lista son Zuzcuduy, Zuzua, Zuzuarregui, Zuzueta, Zuzuetabeiti y Zuzuetagoiti. Cierra la relación Zuzunaga. El ministro Caamaño ha condenado a los Zuzunaga. Y al mismo tiempo, obliga a los varones Zuzcuduy y compañía a contraer matrimonio con una Zuzunaga con el fin de que no se pierda su apellido. ¿Existen suficientes zuzunagas en España para garantizar el futuro de los zuzuetas, zuzuetabeitis y zuzuetagoitis? Mucho me temo que no.

En mi caso, me veo maltratado por la igualdad. El apellido Ussía se halla en la parte baja de los derechos. Es, por lo tanto, víctima de la igualdad desigual de los tontos que han elaborado la nueva norma. No se trata de un apellido excesivamente glorioso, pero al cabo del tiempo, y por aquello de que lo llevaron mis antepasados le he tomado bastante cariño. Puede desaparecer en mi rama familiar. El apellido de la mujer de mi hijo mayor tiene más derechos que Ussía porque comienza con una «b». Y la del menor con «p», lo cual establece su subordinación. En cambio, el marido de mi hija, cuyo apellido empieza por «a» lo tiene todo a su favor, y mucho me alegro, porque se trata de una «a» grandísima. No obstante, en dos o tres generaciones, los Ussía nos vamos a ir a paseo, y ello no significa que la humanidad se resienta con esa desaparición, pero no lo considero justo, más aún, cuando en España se puede elegir con libertad y acuerdo entre los padres el apellido de sus hijos. Cuando la libertad se convierte en norma, la libertad desaparece, que por otra parte, es constante dilema del socialismo que no ha conseguido, después de centuria y media, aclarar. El socialismo busca con ahínco la imposible y utópica igualdad en detrimento de la libertad.

El disparate no es anecdótico, como apuntan algunos dirigentes socialistas. Se trata de una chincheta más para entorpecer el paso de la costumbre y la memoria. Casi todos los juristas consultados coinciden en su innecesariedad y conflictividad futura. Pero eso no le importa a Caamaño, cuyo apellido empieza por «c». Sus raíces se mantendrían aún en el caso de que uno de sus hijos varones se casara con una de las hijas de Zapatero. Qué suerte.