España
Sin dinero no hay paraíso
Las vacas no son flacas sino esqueléticas. A Lissavetzky le costó Dios –es un decir, porque Jaime es ateo– y ayuda completar el abanico de patrocinadores del ADO, soporte indispensable del deporte español y mecenas principal. La crisis enseñó los colmillos en el verano de 2007 y aunque alguien pensó que aquello era el anuncio de un dentífrico, al cabo de tres años la realidad es que en este país nuestro de cada día han desaparecido un millón de empresas. España pierde músculo finaciero y laboral casi a partes iguales y los más catastrofistas, o los realistas, advierten de que lo peor está por venir. ¿Será posible? Los indicios de recuperación –aquella tontuna de los brotes verdes– son invisibles; las colas del INEM, interminables, y la depresión, galopante. Numerosos organismos públicos, administraciones regionales y locales han auxiliado en las medidas de sus posibilidades hasta agotar en muchos casos sus reservas o situar en grave riesgo su economía, ahora insostenible. El Gobierno Vasco y la Junta de Andalucía patrocinan sendos equipos ciclistas con más cariño que convicción. La Xunta actual, propulsora del Xacobeo, sufre la crisis, ésa que a los bancos afecta (?) pero menos, y los excesos de sus antecesores, de tal forma que en plena fiebre de recortes los siguientes en caer van a ser sus ciclistas. Independientemente del papel que protagonicen los lebreles de Álvaro Pino en la Vuelta –muy satisfactorio hasta la fecha–, el futuro de los corredores gallegos es sombrío. El mal menor que se plantea es descender al equipo de categoría y convertirlo en continental; de ahí a su desaparición, un paso. El ciclismo es un vehículo de promoción extraordinario y la amenaza del dopaje, excusa pueril para no invertir. Y ya se sabe que sin dinero no hay paraíso.
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