San Petersburgo
Sombras soviéticas por Alfonso Merlos
No entender que Putin aspira a permanecer encaramado en lo más alto del poder hasta 2024 es no entender qué ocurrió ayer de San Petersburgo a Siberia. El repertorio de cacicadas que se han consumado en un sinfín de colegios electorales convalida que el plan de Rusia Unida no está diseñado para acatar los engranajes de la democracia, sino para debilitar esos frágiles rudimentos y consolidar lo que funciona hoy ya como un cuasi perfecto régimen autoritario.
Constatado el formidable retroceso del partido, lo de menos es que se quede bordeando la mayoría absoluta. Lo de más es que, sin los dos tercios de los escaños, comenzará a maquinar todo tipo de argucias legales, ilegales y alegales para aprobar por las malas lo que hasta ahora había podido aprobar por las buenas. Gran conocedor del lado más oscuro del sistema soviético (si es que había uno distinto), Putin es consciente de que una cosa es perder el apoyo mayoritario del pueblo y otra, el del núcleo del Estado. El primero no está siendo capaz de detenerlo: su popularidad está en caída libre. El segundo, lejos de consumarse: su simbiosis con Medvedev la combina con alianzas maquiavélicas con comunistas y nacionalistas para frenar cualquier tentación aperturista. Nada extraño en quien entiende que «el que quiere el regreso de la URSS es un descerebrado; el que no la extraña es un desalmado».
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