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Cancerberos de la libertad por Alfonso Merlos

La Razón
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Mal le va a una nación que cuestiona irresponsablemente su identidad, o que reniega de sus esencias. Y mal le va a una sociedad que socava, por sectarismo o por aturdimiento y en actitud casi suicida, los cimientos sobre los que se levanta y los pilares sobre los que se sustenta su sistema de libertades.

En un momento histórico en el que España corre serio riesgo de ser sacudida por una campaña callejera de agitación y propaganda, en el que se van a encarar peligrosos episodios de coacción antidemocrática, no hay conducta más vil que la que está siendo ya exhibida por buena parte de la izquierda; por quienes criminalizan a los agentes que están para velar por el cumplimiento de las leyes; por quienes colocan en el centro de la diana a los uniformados cuya ejemplar misión pasa por auxiliar y proteger a los ciudadanos que lo necesitan, manteniendo el orden y la seguridad.
No hay mayor muestra de ceguera moral que la de aquellos individuos que, desquiciados por su obtusa ideología o ahogados en su vocación antisistema, vuelcan su ira contra la institución que está para prevenir la comisión de actos delictivos; contra aquellos compatriotas que entregan sus vidas a investigar delitos para descubrir y detener a los culpables, poniendo a quienes pulverizan la ley a disposición de los tribunales.

El Cuerpo Nacional de Policía no está para reprimir a los «indignados» ni para cortocircuitar masivas manifestaciones, tan inherentes a las sociedades abiertas. Los alborotadores de Valencia han de saber que este país supera con mucho la prueba del algodón de la democracia tal y como la entendía el disidente Natan Sharansky: cualquier persona puede llegar al centro de una plaza pública y expresar sus opiniones sin miedo a ser detenida, encarcelada o agredida. Pero los camorristas que están por llegar deben ser conscientes de que tan intocable es su derecho a la crítica como atacables, con el legítimo uso de la fuerza, sus intolerables muestras de sedición.