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El orden civilizado por José María Marco
Ha vuelto el 15-M y lo ha hecho a lo grande. Ha intentado ocupar una plaza estratégica de Madrid, con lo que perjudica a los comercios, los vecinos y los turistas de la zona, además de dificultar la circulación y degradar la imagen de la capital. También ha tratado de asaltar el Congreso, una práctica –como se sabe– aquilatadamente democrática. El fondo del movimiento y los participantes son los mismos. Hay radicales violentos, delincuentes especializados en asaltos y guerrilla urbana, marginales sin escrúpulos a la hora de recurrir a la violencia. Y hay también –mayoritariamente, como es lógico– un rebaño de gente, ya no tan joven y predominantemente masculina, infantilizada, embrutecida en la nostalgia de la guardería y del mundo sencillo de los payasos de la televisión y la narrativa ácrata-marxista.
El escenario político sí que ha cambiado, porque ahora gobierna el Partido Popular, aunque la crisis sigue arreciando. No ha cambiado, en cambio, el comportamiento de los partidos políticos. La extrema izquierda sigue intentando arañar algún voto más en el submundo en el que va sobreviviendo. El Partido Socialista cae en la tentación, como siempre, de flirtear con los radicales, a ver si consigue poner en un brete al Gobierno y arrinconar al PP. Se equivoca de nuevo, porque lo único que conseguirá será que lo identifiquen con posiciones radicales, en un momento peligroso. El Gobierno, en particular la Policía, está haciendo lo que tienen que hacer, y muy bien. En la vida política a corto plazo, es probable que en este asunto todos ganen –incluida UPyD, que tiene aquí la ocasión de redimirse de su populismo habitual– excepto el PSOE. No por eso abandonará su obcecación.
Jugar a las revoluciones juveniles cuando ya no se es joven, escenificar compulsivamente una utopía callejera y figurarse que hacer botellón delante de unos policías equivale a cambiar el mundo son actitudes con poco recorrido político. Algo más lo tiene lo que todo esto revela acerca de la situación general. La regresión moral y política que significa el 15-M es el fruto directo de otra regresión, esta vez instalada en el poder, que fue la de Rodríguez Zapatero. Así como hay que afrontar las consecuencias de una gestión catastrófica de la crisis, también hay que gestionar los resultados de aquellas fantasías. La Policía tiene una función crucial, encargada como está de demostrar que no se tolerarán más las ocupaciones, la violencia banalizada, la degradación cívica fomentada por el anterior Gobierno. El orden, en este punto, no es imposición. Es la base de la libertad de todos los españoles. Y todos estos días la vienen defendiendo, con su paciencia y su disciplina, las Fuerzas de orden público.
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