Estreno
Geografías del silencio
El origen y el fin de una civilización. Los pioneros del «western» mordiendo polvo y los cadáveres de la dictadura de Pinochet goteando sangre en los pasillos de la morgue. Lo que decíamos, el principio y el fin en dos películas extraordinarias que ayer jugaban en la misma liga en Venecia.
En «Meek's Cutoff», Kelly Reichardt sugiere que América nació sin otra hoja de ruta que una violencia soterrada. En «Post Mortem», el chileno Pablo Larraín sugiere que la brutalidad del golpe militar contra el gobierno de Allende dormitaba en los rincones más oscuros del corazón de aquellos que se llamaban apolíticos cuando querían decir alienados. Las dos películas son áridas y radicales, y elevaron notablemente el nivel de la sección oficial.
Incomprensiblemente inédita en nuestro país («Old Joy» y «Wendy & Lucy» son de lo mejor del cine americano reciente), la obra de Kelly Reichardt es muy hábil en contar lo que pasa cuando dos personas se miran o se callan. De ahí que su acercamiento al «western» sea particularmente excéntrico: por un lado, adopta un punto de vista femenino y, por otro, se decanta por un tono lírico pero lacónico. Pocos «westerns» dedican tanto tiempo a cargar de significado los actos cotidianos y a documentar el ímprobo esfuerzo de una caravana de pioneros que se ha perdido por los campos de Oregon. Hay tensión dramática, sostenida en una sola nota –la falta de agua– que luego se intensifica con la llegada del Otro, un indio que puede ser enemigo o guía provisional. Michelle Williams encabeza sin vanidad un reparto que Reichardt tiende a filmar en plano general, integrándolo en el paisaje, a la vez bello y hostil, de un país que nació sin brújula.
Genocidio pinochetista
Pablo Larraín nació en 1976, después del golpe militar chileno. Por eso, dijo en rueda de prensa, ha hecho «Post Mortem»: para comprender lo que ocurrió. Para acercarse al tema utiliza un mediador, el hombre que pasa a máquina los informes del forense. Con pinta de ser un muerto más de la sala, pálido e inexpresivo, Mario Cornejo se enamora de una vecina, una vedette anoréxica. El plano fijo funciona como una cárcel para la mirada del protagonista, que sirve como símbolo del autismo de todos aquellos que colaboraron, directa o indirectamente, en el genocidio pinochetista. «Post Mortem» no es una película abiertamente política, aunque todo lo que contribuye a hacerla inolvidable pertenezca a una forma de hacer cine que tiene algo de acto de resistencia. Es, en esencia, una película de terror, hosca, antipática y sórdida, sobre lo cerca que siempre hemos estado del fin de la civilización.
En la retaguardia Tsui Hark atacaba por sorpresa con una película de artes marciales que probablemente hará las delicias de Tarantino, pero de la que difícilmente puede justificarse su presencia a concurso. «Detective Dee and the Mystery of Phantom Flame» mezcla las acrobacias del «wuxia» clásico con las pesquisas de un investigador en la China imperial, pero la presunta originalidad de la propuesta carga con pesados lastres, desde unos deficientes (d)efectos digitales hasta una confusión narrativa que coloca al espectador en el trance de desconectarse por completo de una trama detectivesca.
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