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Hazañas bélicas
De niño leía los tebeos de las «Hazañas bélicas» de Boixcar. Trataban de la II Guerra Mundial y a mí me admiraba el reflejo de aquel mundo en llamas, la gente enfrentada por el honor, la tierra incandescente y los edificios abatidos por la artillería. Es probable que me venga de entonces mi afición al caos y esa pasión casi alimenticia por los escombros que no me ha abandonado nunca. Era niño y no sabía muy bien quiénes eran los buenos y quiénes los malos en aquellas historias, pero la guerra se me ofrecía como una circunstancia en la que las normas se esfumaban, la autoridad se resentía y los hombres le disputaban como si tal cosa el afecto a las alimañas y la comida a los perros. Aunque aquellos tebeos reflejaban un mundo cruel y desesperado, a mí me parecía que la destrucción beneficiaba mis sueños de ser un niño sin familia y encontraba que la furia de los hombres era en cualquier caso un motivo de heroísmo, de martirio o de gloria, algo deslumbrante que ocurría en el brillo de un sable. Tenía muy pocos años cuando leía aquellos dramáticos tebeos de Boixcar, pero aunque entonces no me diese cuenta, en realidad ya entonces encontraba que cierta violencia colectiva era un recurso moral del que echaban mano los hombres para deleitarse brevemente con la dulzura de la paz después de haber probado hasta la saciedad la amargura de la guerra.
A veces me detenía frente a la puerta del instituto, cerraba los ojos y rezaba para que los bombarderos de la US Air Force atacasen por sorpresa el edificio y lo redujesen a escombros. Ahora sé que aquel edificio era noble y que el ataque aéreo habría sido una atrocidad, pero entonces me parecía que el instituto era una vieja casona llena de incomodidades y que lo que no habían sabido resolver los arquitectos del Régimen lo arreglarían de un plumazo aquellos apuestos aviadores norteamericanos que resolvían sus ataques con la misma desenvoltura que si hubiesen arrojado sin un solo error sus bombas sobre los hoyos de un campo de golf.
Ahora el mundo es distinto de como lo dibujaba Boixcar hace cincuenta años.
Creo que en cierto modo hemos salido perdiendo. Ahora las guerras ni sirven para pensar, ni dan que leer. Y supongo que eso es así porque en la furia sólo hay intereses económicos y en las guerras los generales han sido sustituidos por los gerentes.
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