Barcelona

El Papa reclama apoyo «jurídico y legislativo» para defender la vida

«El gozo del Señor será vuestra fuerza». Con esa frase el pueblo de Israel inició se preparó para construir un nuevo templo. Y con esa frase, del Libro de Nehemías, la primera lectura en la ceremonia de dedicación de la Sagrada Familia, comenzaba su homilía Benedicto XVI.

El papa Benedicto XVI acaricia a un niño momentos andes de la celebración de la misa
El papa Benedicto XVI acaricia a un niño momentos andes de la celebración de la misalarazon

Esta alegría fue correspondida de dos maneras: una reglada, la de los 800 cantantes del Orfeó Català, la escolanía de Montserrat y otras corales; la otra había que buscarla más allá de los muros de la obra de Gaudí. Los gritos de «Viva el Papa» resonaban dentro de la nueva basílica y en cada una de las calles de la ciudad. Con esta acogida el Santo Padre hizo una defensa firme de la «dignidad humana», una idea que desarrollo en cada una de las intervenciones que realizó en la capital catalán. Si en la homilía se detuvo en el «amor generoso e indisoluble» del matrimonio, en su visita al centro de discapacitados Nen Déu –en el barrio donde nació el cardenal Sistach– reflexionó sobre los avances médicos y tecnológicos para pedir que «nunca vayan en detrimento del respeto a la vida». Incluso en su despedida en el aeropuerto del Prat retomó esta máximo como puntal indispensable para poder construir un «mundo con esperanza».

Hombre y mujer

Pero fue sin duda, en la misa solemne donde Benedicto XVI, donde dedicó más líneas a desarrollar este mensaje que también fue clave en su viaje a Valencia en 2006. Sin rodeo alguno, y al amparo de la Sagrada Familia a la que está dedicada la nueva basílica, reclamó «atención, protección y ayuda a la familia». «Que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado», imploró el Santo Padre, que recordó que «la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización». Fue esta permanente defensa de «el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer» lo que le llevó a presentar el matrimonio como «el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural».

Este principio se convirtió en condena del aborto y la eutanasia cuando exigió a las instituciones públicas que protejan «la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción, para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente». Con voz firme, recordó a los presentes que «la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito familiar».

En esta misma línea, defendió la presencia de Dios en la vida pública y por eso se enorgulleció de que la consagración de la basílica tuviera lugar «en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle».

En esta línea, realizó una invitación expresa a los no creyentes que se plantean cuál puede ser el camino de la verdadera felicidad: «Si el hombre deja entrar a Dios en su vida y en su mundo, si deja que Cristo viva en su corazón, no se arrepentirá, sino que experimentará la alegría de compartir su misma vida siendo objeto de su amor infinito», destacó en Santo Padre.

Belleza y gratuidad
Emocionado ante la obra cumbre de Gaudí, la entrega incansable del arquitecto y la de otros muchos «santos, fundadores, mártires y poetas» catalanes, le llevó a reflexionar sobre la trascendencia del arte. «La belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza», proclamó en referencia al templo que se disponía a consagrar, para dar un paso más: «La belleza es reveladora de Dios, porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad». Las 8.000 personas que le escuchaban en ese momento, seguían su catequesis ensimismados porque sus palabras invitaban a contemplar las majestuosas columnas inspiradas en la Creación. Fue entonces cuando presentó a Jesús como «la piedra que soporta el mundo, que mantiene la cohesión de la Iglesia y que recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad».

Lo cierto es que toda la ceremonia de dedicación fue una fiesta en torno a esa ideas de la belleza y de la vida, que se hicieron palpables en la luz que irradiaba le templo: acompañada por el sol y por el propio ritual, con velas y columnas en las que se iluminaban los tetramorfos, es decir, los símbolos de los cuatro evangelistas, que representan la Palabra de Dios, que ilumina al hombre y a los artistas, y que sirvieron al Santo Padre para lanzar, citando a San Pablo, una pregunta abierta a los que tenía frente a él: «¿No sabéis que sois templo de Dios?».