Londres
OPINIÓN: Zombis antisistema
La segunda temporada de la serie The Walking Dead se ha convertido en una de las sensaciones del Otoño y, con ella, los zombis han vuelto a estar de actualidad. A diferencia del fantasma, que es un alma desencarnada, el zombi es un cuerpo sin alma. Es pura carnalidad animal, sin recuerdos, sin memoria y sin pensamiento. Y con un solo cometido: satisfacer su pulsión de alimentación. Una pulsión que, sin embargo, es humana y no animal –según Freud, los animales no tienen pulsiones, sino necesidades e instintos–. Por mucho que coma, el zombi nunca está satisfecho, siempre tiene un hambre voraz. Su deseo nunca puede ser colmado.
El zombi de The Walking Dead, además, como su nombre indica, es un caminante. No para quieto en ningún lugar. Es un sujeto nómada que siempre se está moviendo de un lado para otro, como si hubiera entrado en algún tipo de loop del que ya no puede salir. Hoy, en cierta manera todos vivimos como esos zombis. Vamos de un lado para otro y a veces ni siquiera sabemos por qué lo hacemos. Sólo nos movemos, seguimos con nuestras rutinas y no pensamos en el porqué de todo ello.
Pero sin duda, lo que más llama la atención de estos zombis es su pulsión vandálica y destrozona. No sólo es que ellos vayan hechos adefesios, con la ropa hecha jirones, como los zombis del célebre vídeo de Michael Jackson, es que ahora parece que encuentran una cierta satisfacción en hacerlo todo trizas. Y esto me hace pensar que en el fondo los zombis son antisistema, como los jóvenes de los disturbios de Londres, como los encapuchados de Roma, elementos que retornan a nuestro mundo para frustrar el estado del bienestar, destrozándolo todo y tocando donde más duele: el brillo de la mercancía.
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