Historia
El gran masturbador
Usurpo el título de Dalí para observar que el poder nos arrebata la libertad, pero en el sexo parece hacer lo contrario. En realidad, hace lo mismo de modo más insidioso. Cuando vemos los talleres masturbatorios que han promovido los socialistas, y percibimos la frivolidad con la que tratan el sexo, desprovisto de toda connotación moral, podemos caer en la tentación de reírnos, como si se tratara de payasos. No son payasos. Están a menudo en el poder, si lo pierden lo vuelven a conseguir, y tienen eficaces altavoces propagandísticos que reproducen sus mensajes antiliberales en los medios, la cultura y la educación. Su objetivo es, en aras de la igualdad y el progreso, socavar las defensas de la dignidad individual, que son las instituciones de la libertad: los credos, los valores, las religiones, las tradiciones, la propiedad, los contratos. Una vez socavadas esas defensas estamos solos ante la sonrisa letal del Leviatán. Ninguna evidencia les arredra: si la supuesta «liberación» se traduce en más sexo irresponsable, familias monoparentales o violencia doméstica, lo «resolverán» con aún más intervención. Concluye T. Dalrymple: «La revolución sexual no ha dado lugar a la paz de los ánimos, sino a la confusión, la contradicción y el conflicto». Al final, aceptamos como natural que nuestras hijas aborten sin consultarnos, pero que el poder las persiga si fuman, porque fumar, como sabe cualquiera, está muy pero que muy mal.
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