Crisis económica

Duelo en Washington

La Razón
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El mundo entero tiene puestos los ojos en el gran duelo que enfrenta a Boehner, jefe de los republicanos – speaker» o presidente de la cámara baja– con la Casa Blanca. 14,3 billones es la cifra, 2 de agosto es el día. Sin una autorización parlamentaria para sobrepasar ese techo legal de endeudamiento, se calcula que el próximo día 2 el gobierno americano se quedará sin fondos y empezará a incumplir obligaciones de pago. Sólo a sus ciudadanos, extiende al mes 80 millones de cheques. Su deuda externa es la mayor del mundo con gran diferencia, aunque también una de las más baratas, porque los inversores se fían del dólar y aceptan intereses bajos.

La negociación viene arrastrándose desde hace semanas y la tensión in crescendo llega a límites explosivos. ¿Se producirá realmente una suspensión de pagos y traerá consigo una debacle económica, como los demócratas quieren hacernos creer y muchos de todos los pelajes ideológicos y procedencias geográficas seriamente temen?

La cuestión tiene muchas capas que se imbrican unas en otras. Sólo la dimensión política es aceptablemente clara. Obama quiere un acuerdo que haga desaparecer el tema de la campaña electoral del próximo año. Luego, Dios dirá. Los republicanos desean que el asunto esté vivito y coleando para esas fechas. El presidente pretende ceder lo menos posible y presentar a sus rivales como fanáticos intransigentes y suicidas –o más bien, asesinamente– irresponsables. Éstos buscan ya de inmediato alguna victoria a largo plazo y traspasar el peso de lo que pueda suceder a los hombros presidenciales. Ninguna de las partes economiza las descalificaciones de la otra. Los americanos –¡cómo no!– están hartos de que su políticos no se pongan de acuerdo, dándose cuchilladas al borde del abismo, y les dan notas muy bajas, pero, naturalmente, tampoco coinciden en cómo y sobre qué pactar.

La batalla política la está ganando Obama. La mayor parte de la opinión quiere más concesiones de los republicanos, a pesar de que cae el índice de apreciación del presidente, que ya está en 4,2 puntos negativos (45,2 pro, 49,5 contra). A su favor cuenta también que las huestes de Boehner se cuartean bajo el peso de su responsabilidad y la limitación de su poder: la Cámara contra el Senado demócrata y el Ejecutivo. Pero en la batalla de fondo el viento sopla a favor de los republicanos; la gente está por el equilibrio presupuestario conseguido más por la reducción de gastos que por el aumento de impuestos. Sea cual sea el desenlace de ahora, el problema tiende a plantearse en su términos.

Ese es justo el clásico planteamiento económico: Estimular la actividad bombeando al sistema dinero que el estado saca de sus máquinas (inflación segura) y toma a crédito (déficit y endeudamiento generadores de la crisis) contando con unos impuestos y esperando un crecimiento que enjuguen los desequilibrios, o bien recortar gastos y dejar el dinero en los bolsillos de los ciudadanos que saben gastarlo más productivamente. Los recortes deprimen el consumo y éste la actividad, pero las reducciones salariales abaratan la producción y por tanto la relanzan a un nivel más competitivo, provocando el indispensable crecimiento. Las izquierdas creen fervientemente en los gastos que les permiten comprar los votos de sus beneficiarios inmediatos, y en los impuestos y la deuda con los que pretenden financiarlos, culpando a los bancos, a los ricos y a la derecha del llanto y rechinar de dientes que vienen a continuación. La derecha no se atreve a meterse con los maravillosos gastos sociales, los cuales, para sobrevivir, difícilmente puede librarse de algún tijeretazo, pues la crisis lo es del apetecible estado del bienestar y sus excesos.

Los elegidos por el movimiento del Tea Party, fieles a su mandato, han llegado en sus demandas de austeridad más lejos que nadie, pero también pisan suelo movedizo. Sus representados no son opulentos y, a pesar de la firmeza de sus posiciones, que le resta a Boehner capacidad de maniobra, tampoco están muy dispuestos a renunciar a lo que les beneficia del maná gubernamental, por mucho que no se lo planteen con claridad. Los obamistas los acusan de buscar la limitación del Estado. Por supuesto. Esa es la tradición americana y con ella el país se ha hecho grande. De entrada pretenden contener su crecimiento, al que tan alocadamente se ha dedicado el presidente en sus dos primeros años.

En el largo tira y afloja se han manejado muchas combinaciones de recortes, impuestos y plazos y toda clase de fintas políticas y apelaciones a la opinión pública. El acuerdo parece imposible, pero en Washington queda un resto de confianza en la característica brinkmanship de la política americana: retroceder en el último segundo antes de precipitarse por el abismo. Lo que no es negociable para los republicanos es que cualquier elevación del techo de deuda ahora sólo debe durar hasta fin de año. Para Obama, tiene que cubrir todo el 2012. Los primeros reclaman una reforma constitucional que imponga el equilibrio presupuestario. Ni hablar del asunto, para los demócratas. Veremos si se negocia lo innegociable.