Teherán
Latigazos de película
La actriz Marzieh Vafamehr ha sido condenada a un año de cárcel y a ser azotada 90 veces por aparecer sin Yihab y con la cabeza rapada en la película «Mi Teherán en venta»
Está más allá de un castigo injusto. Es un insulto a la humanidad en general y a la industria del cine en Irán», decía la realizadora Granaz Moussavi, tras el fallo de un tribunal iraní que condenaba a la actriz Marzieh Vafamehr, protagoniza de su cinta, «Mi Teherán a la venta», a un año de prisión y 90 latigazos.
Su marido, el cineasta Naser Taghvai, confiaba en que los cuatro meses que había pasado en prisión desde su arresto podrían haber satisfecho a las autoridades. Pero la sentencia –por delitos como no usar el Yihab, consumir alcohol y participar en una película no autorizada–, fue más allá de sus temores. «Teherane man haray» fue filmada en 2008 con el permiso del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica. A posteriori, su exhibición fue declarada ilegal, pero el mercado negro la llevó a Irán.
Una juventud que bebe y fuma
Cuenta la historia de una joven actriz cuyo trabajo en el escenario está prohibido y se ve obligada a vivir clandestinamente. A modo de protesta, no sólo se bebe alcohol y se fuma opio –tabú en Irán–, sino que la actriz aparece sin la Yihab y con la cabeza rapada en rebeldía a la censura. La cinta refleja aquello que las autoridades se empeñan en ocultar y es que hay una buena parte de la población juvenil que no es una «pía basiyíe»: bebe, consume sustancias y difiere de la revolución de Jomeini. «Los textos sagrados deben ser leídos e interpretados en cada tiempo, no a la luz de cuando fueron escritos sino de las actuales condiciones. Si nos atenemos a la literalidad, caemos en el fundamentalismo», aclara Juan José Tamayo, autor de «Islam. Cultura, religión y política» (Ed. Trotta) y director de la cátedra de teología y ciencia de las religiones de la Universidad Carlos III.
La vida de una mujer en Irán es lacerante: no puede decidir un divorcio. Mantiene la custodia de un hijo hasta los siete años y está privada de testificar sola en un juzgado. El varón puede divorciarse, pero para que tal derecho asista a una mujer debe cumplirse la condición de que el marido la haya abandonado, sea adicto a las drogas o impotente.
Si el esposo descubre a su mujer en un acto de infidelidad le asiste el derecho de matar a ambos con el añadido de que a la mujer adultera, se la puede lapidar hasta la muerte. «Las limitaciones no sólo a la libertad de expresión y conciencia, sino incluso los códigos de vestimenta, la falta de movilidad autónoma o la imposición de tutores masculinos, son un ejemplo de la degradación de la tradición islámica y la tergiversación de los textos sagrados que coartan la emancipación de las mujeres a nivel psicológico, social, económico o espiritual», aclara Laure Rodríguez, investigadora del EMUI-UCM y Presidenta de la Unión de Mujeres Musulmanas de España. Pueden conducir –taxis o camiones– pero no montar en bicicleta... Ser mujer, en Irán, resulta un despropósito.
¿Cómo se rueda en Irán? Con restricciones, imposiciones y auto censura. Según David Caldevilla (profesor de Historia del Cine en la Universidad Complutense): «Todas las películas tienen que pasar por consejos de censura en varias etapas –desde el guión hasta el montaje–. Las "variaciones"pueden ir desde cercenar un diálogo hasta agregar escenas "ejemplificantes"de buena conducta iraní. Los creadores se "mutilan"aplicándose auto censura. Las fronteras infranqueables –continúa el profesor Caldevilla– son: ausencia de contacto físico entre personas de distinto sexo. Prohibido mostrar fotogramas de mujeres sin velo. Nada de películas que cuestionen la autoridad religiosa del Gobierno y tampoco hacer proselitismo de estilos de vida «inmorales» –importados de Occidente–. Sí son bien recibidas aquellas cintas que denuncien el uso de drogas o prostitución. Esta situación –concluye– aboca a los cineastas iraníes a: acatarla, eludirla metafóricamente o someterse al sistema». La última opción es hacer películas en el extranjero o de forma clandestina como «Mi Teherán a la venta».
Sin película extranjeras
Los realizadores que acatan la censura, reciben apoyo gubernamental, especialmente si la trama es religiosa. «La mayoría de las obras son comedias, dramas familiares o rurales y nunca se exhiben películas extranjeras, y mucho menos de Hollywood», aclara el crítico de LA RAZÓN, Sergi Sánchez. «Decenas de cineastas iraníes no encuentran lugar para sortear la censura. La piratería o Internet son el modo más propicio para mostrar sus obras, aunque no vean un euro por ello. Esto sin contar con el exilio –de unos– y la cárcel –de otros–». Amén de Kiarostami, cuya cinta: «Copia Certificada», se alzó con la Espiga de Oro en Valladolid, o Panahi, no debemos olvidar a Dariush Mehrjui o los seis cineastas que fueron detenidos por colaborar en la BBC. Radicalismo islámico y Estado son una peligrosa combinación. No en vano, circula un macabro chiste entre los artistas:
«Un hombre sollozaba en una prisión de Teherán. Desde la celda vecina, un prisionero le pregunta: "¿Por qué diablos lloras?". El recién llegado responde "¡Soy inocente!
– ¿Cuánto tiempo te cayó?
– Cuatro años.
– ¡No mientas! A los inocentes les dan seis años!».
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