Nueva York
Bárbara Rey airea su pasado por Jesús Mariñas
La vedette quiere aprovechar el doble tirón del «affaire» con Chelo García Cortés que ella misma desveló en «Sálvame Deluxe», aunque conociendo el paño, no lo acabo de creer. Al parecer, donde hubo un presunto dúo, ahora, lo han convertido en trío y podría aumentar a quinteto. José Manuel Parada se apunta al carro –no lo entiendo siendo quien es televisivamente hablando– y entre todos juegan a confundir. A este paso acabará siendo una coral polifónica y ya imagino lo peor mientras se incrementa el número de participantes en lo definido como «algo muy limpio», se necesitan bemoles para llamarlo así. Allá cada uno con su intimidad. Pero como viejo amigo, especialmente de Cheliño y de José Manuel, no entiendo nada, aunque lo de entender me viene de nacimiento sin resultar un accidente como lo que pregona el obispo de Alcalá, ahora tan cuestionado por ejercer su «mensaje alentador». Es la guinda para la situación patria transformada en la verbena de la Paloma. Una situación caótica y tan enredada como la urdida trama para relanzar a Bárbara, que busca cómo sacar tajada de forma apresurada.
La actriz recopila y pone en orden sus ideas, los momentos, las situaciones y los personajes que pasaron por su azarosa vida en la que el matrimonio con Ángel Cristo, otro inmolado, fue celebrado en la plaza de toros de Valencia –es cuando menos simbólico– en un mediodía nevado. Lo recuerdo como si fuera hoy, aquel suntuoso banquete en el Casino Monte Picayo tan frecuentado por el famoseo adicto a la ruleta. Era un lugar de escape y disipación, término muy «Belle Époque», al igual que el musical sobre Raquel Meller –creadora de «El relicario» y «La violetera»–, a la que Charlot ofreció protagonizar «Luces de la ciudad». Utilizó la música del maestro Padilla como banda sonora de aquel hito del cine mudo. Cornejo pretende trasladar la vida de Meller a su escenario actual de tanta raigambre cupletera como es el Muñoz Seca, en el que las huestes de Ivonne Reyes no levantan el vuelo. Urge el cambio. Estaría bien esta evocación de quien fue una de nuestras cupletistas más universales, y que vivió y murió en Barcelona y legó su cama a Ángel Zúñiga, cronista español en Nueva York durante los años 60, que la instaló en su casa de Sitges. Llegué a verla en su palacete de la calle Bailén, hoy convertido en el hotel Vincci.
Bárbara quiere aprovecharse del momento y lo cierto es que sus memorias podrían resultar reveladoras. Me acuerdo de aquel episodio de su vida que siempre aireó, cuando supuestamente robaron en su casa, según ella en busca de pistas comprometedoras, como si se tratara de Mata Hari, otra heroína de la «Belle Époque». Como cantó «Lili Marlene» con aires de vampiresa de los años 20, llegó a creerse el personaje y todo le parecían intrigas. Vivió de esa leyenda que seguramente explotará al echar literariamente la vista atrás. Pero a la vista de su lío con Chelo, me pongo en lo peor. Resultará increíble, aunque la totanera alardea de que siempre se las cantó al lucero del alba. A ver si tiene valor. Aunque lo dudo. Ha sido un silencio pagado con oro.
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