«Los nombres del amor»: Y del «amour»

Los extremos se tocan. Pregúntenle, por ejemplo, a Arthur, un pacífico señor de izquierda moderado con un trabajo extraño y unos padres más aún, y a la alocada, salvaje, setentona, medio francesa, medio argelina, Baya, quien decide acostarse con cuantos «fachas» (o lo que entiende por esa palabra, que incluye para ella a tres cuartas partes de la humanidad) se topa porque, dice, el sexo puede hacer cambiar de opinión a cualquiera. Cierto: a muchos espectadores les resultará un poco intragable la ínclita Sara, tan libre, tan impulsiva, tan literalmente desnuda siempre, tan progre y promiscua. Pero el amor puede darle a cualquiera la vuelta como un calcetín para toparnos con la realidad, o sea, que la vida es muy tediosa cuando todo anda demasiado calculado. El transfondo, no obstante, de esta comedia romántica con chispazos dispersos de ingenio, es lo que la convierte en un título atípico de un género maltratado, esa crítica al racismo, las menciones a las heridas todavía abiertas en la sociedad gala por el Holocausto nazi y la guerra de Argelia... El perfil menos amable, en fin, del país vecino. Y algo tendrá el agua cuando la bendicen, porque la premiaron con tres César y allí ,en cuanto a patriotismo van, por fortuna para ellos y envidia de otros, bien servidos.