Zaragoza
«Joselito»: «Para serfigura hay que ser un salvajedelante del toro»
Hace veinticinco años que tomó la alternativa como matador de toros y justo ahora ha sido premiado con la Medalla de Oro de las Bellas Artes. El maestro madrileño es la sinceridad en estado puro. Una lección de vida
Hace ocho años que dejó los ruedos. Sin despedidas de cara a la galería, aunque «quitarse» de la profesión le haya costado más de un desvelo y alguna consulta al psicólogo. Dedicado ahora a la ganadería, Joselito fuera y dentro del ruedo no deja indiferente a nadie. Veinticinco años después de convertirse en matador de toros, recibe la Medalla de Oro a las Bellas Artes. Una conversación con el maestro en sumergirse en los misterios del toreo, de la vida. Y una cita ineludible con la sinceridad.
–Justo a los 25 años, le premian con la Medalla de Oro de las Bellas Artes. ¿Se la esperaba?
–La esperaba desde hace tiempo, pero pensaba que ya no me iba a tocar.
–¿Le hace especial ilusión?
–Es de los mejores reconocimientos que puede haber.
–¿Cómo se enteró?
–La verdad es que fui un poco grosero, porque me llamó una chica de una agencia a las tres de la tarde. Yo estaba en el campo, con mucho calor y le dije que para bromas no estaba... Después debió salir en la televisión porque empezó a llamarme la gente y más tarde me lo confirmó la ministra de Cultura.
–¿Qué hay de arte en el toreo?
–En algunos, casi todo; en otros, menos. El arte es un sentimiento, intentar que afloren los sueños.
–¿Le han quedado muchas cosas por hacer en estos 25 años?
–Sí, muchas. Acompañando a César Jiménez me di cuenta de un montón de situaciones que me explicaban mi padre y mi cuadrilla y que a mí no me entraban en la cabeza. En el fondo creo que no me entrarían jamás, porque si no habría perdido magia, sinceridad...
–¿A qué se refiere?
–A cuestiones técnicas, o quizá a mirar más también por el público. Pero no me salía. Era incapaz de hacerlo. Hubiera perdido inocencia, y lo bonito de ser torero es ser inocente.
–¿Cuál diría que fue la mejor etapa?
–Cada una ha tenido su punto. El primer día que toreé una becerra con once años fue increíble.
–¿Tenía miedo?
–No, no sentía miedo, lo que tenía era un miedo espantoso a hacer el ridículo y también me pasaría después cuando maté mi primer becerro en Trujillo. Yo apenas había toreado antes con el capote. Y sentía la incertidumbre de si sería capaz...
–Después vino torear de luces.
–Sí, y después entrar en un circuito mucho más serio que era el de torear con caballos. Darte cuenta de que eres capaz de tomar la alternativa. Llegar a figura y mantenerte.
–¿Ser figura del toreo es tan maravilloso como imaginamos desde fuera?
–Sí, (hace una pausa) pero luego tienes que dedicarle muchísimo tiempo. No es un sacrificio porque gusta. Pero ponte que de becerrista entrenas, qué sé yo, una hora, pues de matador, lo haces cuatro, y de figura, seis horas al día. Yo no sé los lances que uno da al viento para mejorar detalles, la colocación de las piernas, la cintura, para embarcar mejor al toro. Cuanto más arriba estás, acaba por ser ilimitado el tiempo que dedicas a la profesión.
–¿Cuándo supo que tenía que decir adiós?
–El día que me lo planteé en serio fue el San Isidro de 2003 con un toro de César Rincón. Había toreado un toro creo que de Albarreal. Estuve aceptable con él, me pidieron la oreja y salió el de Rincón. Fue un toro castaño, exigente, que se metía un poco por dentro. Me puse e hice con él cosas. Cuando lo maté me pidieron la oreja. Podía haber triunfado.
–¿Entonces?
–Cuando me marché para el hotel, pensé «macho, no has sido capaz de estar a la altura de este toro». Tenía la sensación de no haber estado al nivel que yo quería. En la vida todo depende del nivel que tú te propongas. Y por eso ese día me dije, «qué pinto yo aquí si no tengo cojones».
–¿Cómo fue esa temporada?
–Aflojé un poco; había días que no estaba. Toda la vida dando caña a todo el mundo y ahora, como es lógico, se iban a vengar. Tenía claro que no les iba a dar ese gustazo. Para eso me quedaba yo en mi casa. A la cuadrilla le dije en septiembre que al año siguiente iba a torear ocho o nueve corridas para que no saltara la noticia y que se buscaran algo. Me horrorizaba trabajarme la pena de la despedida. Un torero no debe dar pena nunca. Que te piten si estás mal o que te saquen a hombros, pero pena nunca.
–Entonces, esa tarde de Zaragoza, ¿quién sabía que era la última?
–Lo sabían en mi casa. Mis padres, mi mujer y yo. Ni tan siquiera Joaquín Ramos, que lleva toda la vida conmigo.
–¿Fue esa la última tarde de su vida?
–(Hay un silencio más largo de lo habitual). Yo creo que sí. Pero no quiero aventurarme, si algún día tengo que volver a torear por las circunstancias... no me gustaría fallar a mi palabra. Eso me jode mucho. Pero no lo tengo en mente. Primero por respeto a mí, y por respeto al toreo.
–Pero si un día...
–Pero si un día me da la ventolera tendría que prepararme mucho y hacer una vida monacal. Me han hecho muchas ofertas, pero se trata de hacer algo espectacular. No me vale cualquier cosa.
–¿Cómo ve el panorama ahora?
–Le echan muchos cojones a los toros todos. Les hacen muchas cosas. Yo no tengo esa capacidad ahora. Yo no soy capaz de ponerme como ellos. Tendría que reciclar mi mente. Yo siempre digo que cuando uno empieza tiene mirada de tigre, cuando empieza a estar pasado se le pone mirada de gato y yo acabé por tener los ojos cerrados...
–Pero habrá una parte del toreo que sí eche de menos.
–Yo creo que a todos nos gustan los aplausos, los halagos, pero pagas un precio muy alto y eso me da mucho miedo. Desde el festival de Adrián he toreado tres becerras y fue hace dos semanas por un compromiso con un amigo.
–¿Y cómo le fue?
–El día de antes no podía ni dormir. Me acosté a las once y media, me puse a ver la tele, no podía... Y al día siguiente, mi mujer me decía que qué mal carácter tenía hoy. Notaba algo raro. Luego estuve más a gusto que la mar. Eran tres vacas, no un pedazo toro... Cuando te planteas ser figura del toreo es otra película. Pero hay chavales que no tienen ni mentalidad. Para ser figura hay que ser un salvaje delante del toro, hay que morder hierro.
–¿El sentirse tan a gusto con las becerras no hace que el cuerpo le pida más?
–La verdad es que estaba acojonado. Pensaba verás el ridículo que voy a hacer. Le dije que no fuera nadie más que nuestras familias. Y luego me sentí tan a gusto... Pero no, me planteo que se ha acabado, y se ha acabado. Sólo he toreado algunos festivales y por causas nobles, muy justificadas. Y ya ni eso. Creo que soy un torero o de corte o de cortijo. Y me es más fácil no estar de ninguna de las maneras.
–¿Le costó asumir la retirada?
–Sí. Mucho. Me costó cuando apoderé a César Jiménez. Era un sí pero no. Iba a plazas donde había estado. Vivía el ambiente, las cosas. Tuve que ir al psicólogo. No tengo capacidad para estar un poquito pero no del todo. Creo que cuando un torero se va a retirar es conveniente que alguien le prepare para ello. Que le ayude, porque desconectar no es fácil.
–¿Cuesta ser sincero con uno mismo?
–A mí no creas que me ha costado. Muchas veces falla el toro, pero muchas veces fallas tú. Hay mucha gente alrededor dándote jabón, pero tú sabes que has estado hecho un mierda.
–¿Cómo es la vida ahora de ganadero?
–La vida en el campo es muy bonita, aunque estás a expensas de todo. Pero me gusta, lo que no soporto es el trabajo de oficina. Ahí me pongo malo.
–¿Quién toma las decisiones?
–Conjuntamente con mi padre, pero él lleva más los temas de alimentación y los de selección yo.
–Y no le va nada mal.
–Estoy contento, pero los resultados son tan lentos, que a veces te equivocas. Hay toros que me han salido buenísimos ahora, como uno en Bilbao y resulta que al semental lo he matado en una capea. Lidié varias vacas, no salieron buenas y lo di puerta...
–¿Cría el toro que le gustaría torear?
–Sí, me gusta el toro cadencioso y enclasado. Pero también me ha gustado el toro emotivo. Yo no he sido de 50 pases sino de 20.
–¿Se acuerda de todas las corridas que ha toreado?
–No, me acuerdo de las muy buenas y las muy malas.
–¿Cuál ha sido la tarde de su vida?
–La de mi alternativa. Fue la que me demostré que era capaz. Artísticamente la superé, pero ese día fue muy importante. Tenía 16 añitos y verme allí en Málaga con Dámaso González y Juan Mora...
–Ya sé que la Goyesca de Madrid no está entre sus preferidas.
–Fue muy importante, pero en encerronas toreé mejor en Valladolid y como tarde fue más intensa la de Nimes, porque me dio una cornada en el cuarto, me metí, me cosieron y salí a torear el quinto y el sexto salió pidiéndome los papeles. Ya no me hacía efecto la anestesia y estuve hecho un tío. Fue una tarde muy importante. También me viene a la cabeza el rabo de La México con 25 pases.
–¿Y las cornadas?
–La cornada de Madrid me marcó mucho. Era el último escalón que me faltaba. Estuve 50 días inactivo y me dio tiempo a pensar. Me dije, «esto no es lo que yo quiero». Cambié mi concepto del toreo, estaba yendo por un camino que no era el mío. Era un chavalín de Madrid con buen concepto pero que no había roto ningún molde. Pensé que para mí ser torero era otra cosa. Pensé, «voy a tirar por ese camino, y si no moriré por mis ideales».
–¿Cómo se lo tomó su entorno?
–No lo exterioricé hasta pasado el tiempo. Me acuerdo que mi cuadrilla me decía que no sé quién era muy bueno porque tenía mucha técnica, hasta que ya un día les dije que quería ser como Curro Vázquez. Hacer lo que sentía, lo que me gustaba, que me dejaran en paz.
–¿Y qué le pasó?
–A los pocos días fui a torear a un pueblo de Ciudad Real y toreé en la línea que quería mi cuadrilla y corté tres orejas. Triunfador de la feria... Y todos tan contentos, cuando dejaron de hablar les dije que si mañana tenía que volver a hacer eso otra vez, colgaba el traje de torear pero para toda la vida, porque había estado hecho un mierda, y que me había sentido ridículo. Al final se convencieron.
–¿Qué le parece José Tomás?
–Una bestia. A veces me le quedo mirando y pienso si será de aquí o un extraterrestre, y yo me he considerado valiente.
–Morante.
–El artista más valiente que yo he visto nunca.
–El Juli.
–Otro valiente que está en otra dimensión. Tiene una raza y un amor propio fuera de lo común. El otro día estuvo en casa matando un toro y era para haberle grabado y ponérselo a los chicos de las escuelas.
–Si volviera a nacer, ¿repetiría el mismo camino?
–Sí, pero habría estudiado más. Después de dejar el chispeante colgado, la que te viene encima es gorda... Y hay mucha competitividad. La gente se piensa que no hago nada, pero no paro en todo el día.
–¿Lidiar el mejor toro como ganadero o 20 muletazos a un toro?
–No hay comparación. La ganadería es muy bonita, pero pegar quince muletazos a un toro es lo más maravilloso del mundo. Las emociones en el ruedo son las más intensas, las buenas y las malas.
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