Crisis económica
Fiesta Nacional y esperanza
El desfile militar de ayer nos recordó un año más la existencia de un sentimiento de unidad nacional expresado en el afecto demostrado por los españoles al paso de sus Fuerzas Armadas. La brillantez del acto central de la Fiesta Nacional, con el emotivo homenaje a los militares que han muerto por España, y la calurosa respuesta ciudadana en las calles de Madrid son el mejor reflejo de hasta qué punto las Fuerzas Armadas se han configurado como un punto de encuentro entre todos los españoles. Y todo en un día en el que el dispositivo ideado por la ministra Chacón para evitar los abucheos al presidente del Gobierno sólo funcionó junto a la tribuna de autoridades. A pesar de estar en el tramo final de su etapa al frente del Ejecutivo, Zapatero volvió a ser el objetivo de los silbidos y los gritos de dimisión de centenares de personas. Abucheos que contrastan con el aplauso recibido por nuestros soldados y que resulta especialmente merecido para aquellos que luchan por la libertad en las misiones en el exterior, en donde nuestras tropas contribuyen a que la marca España sea sinónimo de eficacia y trabajo bien hecho. Su esfuerzo recibió ayer el reconocimiento de una ciudadanía agradecida, aunque poco consciente de las limitaciones y las pésimas condiciones económicas en la que los ejércitos y la Armada deben desarrollar su labor. Es sin duda una situación atribuíble a la crisis económica, pero sobre todo, como resaltó el análisis de la mesa redonda celebrada el pasado lunes en LA RAZÓN, a la inexistencia de una cultura de Defensa Nacional. Es preciso que la sociedad en su conjunto sea consciente de la necesidad y la oportunidad de invertir en Defensa. Son tiempos difíciles, de crisis profunda tanto en lo económico como en la propia estructura de unas Fuerzas Armadas lastradas con carencias injustificables fruto de una política partidista. Y son también momentos de crisis para la sociedad en su conjunto, que sufre los efectos de los sucesivos terremotos financieros, de la escalada del paro y de la crisis del sistema político. Peligra el Estado de Bienestar, como peligra el sistema autonómico y local que ha funcionado los últimos 30 años. Son pues tiempos de incertidumbre que el brillo de la Fiesta Nacional no puede despejar. Pero este año el 12 de octubre es una fecha especial por su proximidad a unas elecciones generales que suponen una oportunidad de cambio y una ventana de esperanza para que las cosas puedan mejorar. La crisis, y más aún por ser tan extensa, supone también una ocasión para el análisis detenido de lo que ha fallado y de lo que ha funcionado en los últimos años en España. Estamos ante la posibilidad de que el ejercicio del derecho al voto se traduzca como nunca en una orden de cambio profundo, de un mandato de renovación a la clase política. El deterioro de las estructuras políticas, económicas y sociales es un reto formidable al que sólo podrá hacerse frente si se acomete como desafío colectivo. La Fiesta Nacional debe, además de reafirmarnos en la unidad nacional, reforzar el convencimiento de que sólo con esfuerzo común, con el trabajo en la misma dirección de la sociedad en su conjunto, podrá España salir del agujero en el que nos hemos hundido durante los últimos años.
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