Murcia
OPINIÓN: De convertidos a evangelizadores
Pasó Navidad, pasó San Antón y la entrañable bendición de los animales, están los universitarios preparando exámenes... y todos haciendo números porque el dinero no llega, y haciendo dieta porque los centímetros sobran. La vida se ha hecho monotonía. Y aquí y ahora, Jesús, el que vino niño en Belén, de nuevo, e inicia su misión: suscitar creyentes y anunciadores. En aquel tiempo irrumpió Jesús en Galilea gritando: «Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos». Le escuchaban gentes como nosotros: los creyentes que rezaban a Dios en la sinagoga y los que pasaban del tema; los colaboracionistas con los romanos y los que odiaban al invasor. Pero, quizás para todos, Dios no era el quicio de sus vidas; habría cosas más inmediatas que les urgían: el trabajo, la pesca, el pan de los hijos, las herencias..., como para nosotros hoy. A todos llegó el anuncio: «Convertíos». Y ahí comenzó para Simón, Andrés, Juan, Santiago… un lento camino de adhesión a Cristo, que les llevará a abandonar las redes y convertirse en pescadores de hombres, a salir al mundo y llevar la noticia que tanto bien había hecho a sus vidas: «Dios es Amor», «El Reino está cerca»… De evangelizados a evangelizadores. Jesús comienza a constituir la Ecclesia, el nuevo Pueblo de Dios, convocado por Él mismo para ser «luz, sal y fermento del mundo»: la Iglesia, pueblo convocado para anunciar las maravillas del Señor. Uno de ellos, Pablo, dirá: «No me envió Cristo a bautizar sino a anunciar el Evangelio», y también: «¡Ay de mí si no evangelizo!». Tarea de todos; nadie puede excluirse. Todos estamos llamados a hacer realidad en nuestro mundo las palabras de Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban tierras de sombras una luz les brilló». Jesucristo es la realización, el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres: Él es esa Luz que disipa las tinieblas, angustias e inseguridades de los hombres. La luz ya está entre nosotros. Nos corresponde ahora reconocer que vivimos en penumbras, aceptar la luz salvadora de Jesucristo, y presentarla sin temor. Dios quiere iluminar a todo hombre, pero sólo lo hará si éste, creado en libertad, acepta. Jesús vino a predicar la conversión y a abrirnos el camino a la vida luminosa de Dios, venciendo en la Cruz las tinieblas del pecado y de la muerte. La conversión no es sólo para aquél que está en el pecado, el mal o la tiniebla existencial. También es para el que necesita más luz en su vida, y también para aquél que es llamado a una misión, la de iluminar la vida de sus semejantes, comunicando una luz que no es suya sino reflejada, como hace la Luna con la luz del Sol. «Conversión» y «Vocación», dos llamadas que caminan unidas. No podemos defraudar a Dios, ni fallarles a nuestros semejantes. «El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?».
Luis Emilio PASCUAL
Capellán de la UCAM
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