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Galicia

Quien mal calza mal acaba por José Antonio VERA

Quien mal calza mal acaba, por José Antonio VERA
Quien mal calza mal acaba, por José Antonio VERAlarazon

Siempre que llega el Xacobeo recuerdo mi experiencia de peregrino por tierras de Galicia. Aquel año, hace ya catorce, tomé conciencia real de lo importante que es ocuparse del calzado a la hora de andar. Tuve la suerte de caer en manos de un especialista que me indicó qué hacer, qué zapato comprar, qué calcetín ponerme y cuanto tiempo debía caminar como máximo para no cometer barbaridades. Fue mano de santo, pues otros compañeros que hicieron el camino conmigo sufrieron uno tras otro por rozaduras, ampollas y diferentes males de los pies. Cada vez que llegábamos a una nueva localidad nos tropezábamos con decenas de peregrinos en las consultas aquejados de todo tipo de dolencias. La mayoría de las veces te comentaban ellos mismos: «Mi problema es que no elegí el calzado adecuado». A veces por tratarse de zapatillas excesivamente ajustadas. Otras, por lo contrario. Lo cierto es que en esa ruta desde Sarria a Santiago tomé conciencia de lo relevante que es llevar un buen zapato, y sobre todo, que te asesoren quienes saben.

No es el de los pies un tema menor. El setenta por ciento de los españoles padece algún tipo de enfermedad podal. El pie es uno de los órganos más completos de cuerpo humano. Una obra de ingeniería compuesta por 26 huesos, 33 articulaciones, 19 músculos y más de 100 tendones. La reflexología podal sostiene que en los pies están reflejados todos y cada unos de los órganos del cuerpo, de manera que cuando un especialista actúa con sabiduría sobre ellos casi de manera automática pueden mejorar nuestros problemas con otros órganos internos. Están hechos los pies para soportar auténticas maratones. El problema es que la vida moderna los debilita. Al cabo del día, una persona puede dar entre ocho y diez mil pasos, lo que sumado al año contabiliza la cifra de tres millones. De ahí la importancia de tenerlos en plena forma, libres de rozaduras, escoceduras, uñeros, juanetes y callosidades. Cuando tenemos alguno de estos problemas, o un esguince, caemos en la cuenta de lo relevante que es tener los pies en perfecto estado.

No solo por los problemas específicos de la zona, sino por otros derivados que afectan a la columna, la cadera, las rodillas y las articulaciones. Con frecuencia, además, las dolencias de pies pueden derivar a su vez en cefaleas o migrañas, dolores de la nuca y los hombros, trastornos de ojos y oídos, tiroides alterado o afecciones de las vías respiratorias. Hay, además, grupos de riesgo más sensibles: las personas con diabetes y aquellas otras que padecen arteriosclerosis de las extremidades inferiores.De ahí la importancia de saber elegir bien el calzado. Los especialistas insisten en cuestiones objetivas a tener en cuenta como la calidad del material y la flexibilidad del empeine. Los tacones altos estilizan la figura pero todo lo que tienen de bonitos lo tienen también de poco saludables.

El tacón alto perjudica inevitablemente la salud. La parte delantera del pie, y sobre todo, el talón, soportan el peso del cuerpo. Cuanto más alto es el tacón más se carga la zona delantera, y es frecuente entonces que se generen juanetes, dolor, uñeros, etcétera. Aunque el perjuicio más grave afecta, al parecer, a las rodillas y las caderas, lo que con el tiempo puede derivar en lumbalgias y artrosis vertebrales.Dicen los especialistas que el zapato ideal debe tener un tacón de entre 2 y 4 centímetros. La horma debe adaptarse a la forma del pie y no al revés. La suela ha de ser de cuero o caucho sintético. Hay que huir también de los zapatos con punteras, pues aprisionan los dedos y los desequilibran. El gordo sale hacia fuera y los otros se tuercen hacia adentro. En medio de este panorama han representado una auténtica novedad los denominados «zapatos fisiológicos» con suelo inestable que hacen que apoyemos los pies sobre los músculos del cuerpo que habitualmente no se usan. Se trata de una técnica basada en la experiencia del pueblo Masai, acostumbrado a andar descalzo por superficies irregulares. Activan los músculos de los pies, piernas y espaldas. Quienes las usan hablan muy bien de ellas. No he tenido ocasión de probarlas, porque cuando un día me dispuse me asustó el precio: son carísimas.