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Secuestro en Montecarlo

Secuestro en Montecarlo
Secuestro en Montecarlolarazon

Reciente aún el magnicidio del almirante Carrero Blanco en abril de 1974, ETA osó con mayor engreimiento secuestrar al futuro monarca Juan Carlos y a la Princesa Sofía. La plana mayor de la banda terrorista se hallaba reunida en Montecarlo para proyectar el secuestro o la muerte de «los señores» o «la pareja», como los denominaban los etarras.

Las condiciones del rescate de los regios prisioneros serían la liberación de un centenar de presos políticos y el pago de 250 millones de las antiguas pesetas, equivalentes hoy a más de 18 millones de euros. Pero un imprevisto frustró sus planes y salvó milagrosamente la vida de Don Juan Carlos, a quien pretendían asesinar: Franco cayó enfermo de gravedad con una tromboflebitis que lo mantuvo hospitalizado durante aquel verano. Así que el Príncipe tuvo que asumir las funciones de Jefe del Estado y no pudo desplazarse a las fiestas conmemorativas en el Sporting Club de Montecarlo.

Mientras elaboraba mis libros «Secuestrados» y «Matar al Rey», publicados en 1997 y 1998, respectivamente, tuve oportunidad de investigar este episodio tan poco conocido sobre el que ya se había ocupado con admirable acierto el veterano periodista Joaquín Bardavío.

La Policía estaba ya al corriente, desde abril de 1974, del plan que ETA había diseñado y en el que llegaría a invertir tres millones de las antiguas pesetas (más de 300.000 euros en la actualidad). La cantidad que la organización destinó al secuestro de los entonces Príncipes superó en más del doble a la que invertiría en atentar contra el Rey en Palma de Mallorca en agosto de 1995.

¿Cómo logró la Policía anticiparse a los planes de ETA? A veces, cuando se invierte a largo plazo, suelen recogerse los frutos en el momento más inesperado. Eso mismo le ocurrió al inspector José Sainz. Dos años antes, en enero de 1972, el entonces jefe superior de Policía de Bilbao había accedido a aplicar medidas de gracia a uno de los presuntos implicados en el secuestro del industrial Lorenzo Zabala, que fue liberado tras cuatro días en cautividad. Se trataba de Joaquín Azaola Martínez, apodado «Yokin», que a cambio de recibir un mejor trato por parte de Sainz se comprometió a facilitar información a la Policía en el futuro.

El mirlo canta
Transcurrirían dos años hasta que Yokin, instalado en Francia, alertase al comisario De la Hoz, que había sustituido a Sainz como jefe de Policía de Bilbao, nada menos que de la preparación de un magnicidio.

Yokin era un auténtico mirlo blanco, como se bautizó a la operación policial para abortar el secuestro de los Príncipes de España. Gozaba de la confianza de un peso pesado de la banda como Iñaki Múgica Arregui, «Ezkerra», y estaba en condiciones de proporcionar información privilegiada a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Para evitar riesgos, Yokin empezó a ser conocido por la Policía como Van Put, apellido flamenco que figuraba en su falso pasaporte belga.

ETA ordenó a Yokin que se trasladase el 1 de mayo a un país cuyo nombre él desconocía, en compañía de una mujer que se haría pasar por su esposa. Una vez allí, el confidente envió el siguiente telegrama: «Estamos en Niza. Van Put estará en el hotel Cecil a partir del día 9. Diles a Juan Carlos y a su mujer que no vengan. Les están arreglando la casa. Saludos».

«La casa»
¿Qué pretendía decir Van Put con «les están arreglando la casa»?
Van Put y su fingida mujer, una tal Ivonne que resultó llamarse en realidad Margarita María Sabino Morgado, se habían instalado en Roc Azur, un chalet situado a unos siete kilómetros de Niza arrendado, de mayo a septiembre, por un ciudadano belga con su verdadera identidad.

En esa vivienda, José María Arruabarrena Esnaola, apodado «Tanke», había empezado a dirigir las obras de construcción de un zulo subterráneo basado en el sistema más rápido y eficaz aprendido de los tupamaros suramericanos. El agujero no era otro que «la casa» a la que aludía Van Put en su telegrama y en la que los terroristas pretendían confinar a los Príncipes de España.

Mientras, Domingo Iturbe Abásolo, alias «Txomin», permanecía instalado en Cannes junto con Azkoiti, Mamarru y otros miembros de la cúpula etarra. Habían alquilado un piso en la avenida Louis Grosso. Para acelerar la construcción del zulo, ellos mismos ayudaban a trasladar los escombros por la noche al monte.

La plana mayor de ETA se desplazaba entre Montecarlo, Niza y Cannes a bordo de un Peugeot azul, matrícula 3128-SH-06. Almorzaba en lujosos restaurantes y hacía gala de una inusual simpatía. Mamarru, sin ir más lejos, fomentaba las relaciones sociales en sus frecuentes visitas al Círculo de Marineros de Montecarlo.

El despliegue terrorista se completaba con la presencia del yate «Bystander» en aguas del puerto. Su capitán, Juan José Rego Vidal, detenido años después tras intentar asesinar a Don Juan Carlos en Palma de Mallorca, simulaba trabajos de reparación en dique seco. La Policía estaba al corriente en todo momento de la marcha de la operación gracias a los mensajes que Van Put, encargado de la vigilancia exterior y de la cocina, introducía en cajetillas de tabaco vacías, entre el papel plateado y el cartón. Las arrojaba luego en la bolsa de basura y los inspectores Miguel Ángel P. y Ernesto M., destacados en Niza, las recogían.

Sólo así pudieron enterarse de que los terroristas habían concluido el zulo el 18 de junio. Se trataba de un habitáculo más grande que los utilizados habitualmente por ETA en sus secuestros. Disponía de seis plazas de litera, lo que hizo sospechar a la Policía que podía tratarse de un secuestro más numeroso.

Los terroristas habían «decorado» las paredes con papel estampado, colocando una alfombrilla en el suelo adquirida en un establecimiento de Niza. El 6 de agosto el inspector Miguel Ángel P. logró penetrar en el zulo y tomó varias fotografías del mismo.

El hippie belga
Fuera de la tétrica estancia se producían anécdotas hasta divertidas. Como la de Ivonne, la portuguesa que se hacía pasar por esposa de Van Put y que entonces se había liado con un hippie belga que le sacaba dinero. ¿Cómo satisfacer las necesidades económicas del nuevo ligue? Ivonne no se lo pensó dos veces y sustrajo quinientos francos de la cartera de Mamarru. Al veterano terrorista era difícil «dársela con queso» y pronto reparó en ello. Así que, junto con Azkoiti, registró el dormitorio de la mujer y comprobó que había ido anotando en su diario cada una de las entregas de dinero al hippie. Al ser descubierta, Ivonne pidió clemencia y los etarras la dejaron marchar en tren a Bruselas no sin antes atemorizarla para que no hablase.

Pero ocurrió lo imprevisible: Franco tuvo que ser hospitalizado y cedió los poderes al Príncipe. En los etarras cundió al principio el desconcierto, luego el desaliento y más tarde la esperanza. Optaron así por aguardar a que apareciese otra víctima propicia que justificase la cuantiosa inversión que habían realizado en la operación.

 

Saludos a Don Juan de Borbón
La satisfacción de los etarras fue indescriptible cuando, el 17 de agosto de 1974, el yate «Giralda», patroneado por Don Juan de Borbón, se dejó ver en la bocana del puerto. ETA apuntó entonces con sus pistolas al Conde de Barcelona.
Desde la cabina del «Bystander», Rego Vidal vigilaba de cerca la embarcación de Don Juan. Tan de cerca que llegó incluso a coger un día sus amarras, tal y como el terrorista declaró luego al juez. Los etarras aparcaron un vehículo en el puerto de forma permanente y situaron una lancha neumática cerca del «Giralda». Uno de los tripulantes del «Bystander» tuvo la osadía de saludar a Don Juan y de intercambiar unas palabras con él.
Pero el inspector Sainz logró que su compañero Roberto Conesa, destacado también en Niza, contactase con Don Juan Carlos para prevenirlo del peligro que corría su padre.
El Príncipe consiguió convencer a Don Juan para que tomase el avión en Niza con destino a Palma de Mallorca.
Entre tanto, el «mirlo» Van Put se mostró dispuesto a colaborar con la Policía.
Rego Vidal, según su propia confesión al juez, se enteró después, al escuchar la radio de su embarcación, de que alguien había alertado a la escolta del Conde de Barcelona del secuestro inminente.
La rabia de la cúpula etarra por su estrepitoso fracaso se cebó en Joaquín Azaola Martínez, «Yokin», a quien ordenó asesinar el 14 de diciembre
de 1978, en Guecho (Vizcaya).