España
Sebastián Piñera: «No creo en un Estado gigante hay que quitar la grasa»
Adicto a los desafíos, Piñera cumple su primer año de mandato tras haber superado un arranque no apto para cardiacos: un devastador terremoto y la «resurrección» de los 33 mineros sepultados 69 días en el desierto de Atacama.
Resolutivo y directo, cuelga su chaqueta en uno de los butacones del Palacio del Pardo y pide un café y una coca cola, tal es su frenético ritmo de vida. En su primera visita oficial a España, atiende a este diario horas después de haber aterrizado [a las cuatro de la madrugada].
– Vaya comienzo, ¿le habrán servido de algo todos los deportes de riesgo que practica [desde el paracaidismo al parapente]?
–Son riesgos calculados. Pero la Presidencia es un gran desafío porque uno tiene metas muy grandes que muchos creen imposibles: hacer de Chile antes de que termine la década un país desarrollado, sin pobreza. Chile está viviendo un renacimiento pese a haber sufrido uno de los cinco peores terremotos de la historia.
–¿Ha extraído alguna lección de este primer año en el poder?
–Muchas. Nunca vamos a olvidar 2010. Se inició con una elección que cambió 20 años con la misma coalición de gobierno. Pese a las adversidades, la economía logró ponerse en pie. Uno aprende que en la vida no hay un minuto que perder. Con los mineros, apenas supimos del accidente asumimos el trabajo. Me comprometí con los familiares a buscarlos como si fueran nuestros propios hijos y así lo hicimos, sin perder un segundo. Con la fe del carbonero.
–Pretende acabar con la pobreza extrema durante su mandato (cuatro años). Uno de los pilares son las ayudas «ingreso ético-familiar», siempre que las familias cumplan. ¿Qué ocurrirá si sólo recogen las ayudas? ¿Tendrán que devolver el dinero?
–Si una familia no cumple, el Estado queda liberado. Pero son compromisos que una familia puede afrontar porque la educación y la salud son gratuitas y porque la gente en edad de trabajar no puede estar de brazos cruzados. Esto no es un asistencialismo con incentivos perversos. La mayor fuerza para derrotar la pobreza es la voluntad de cada familia. El Estado solo no puede.
–¿Qué le da la política para haberse desprendido de todo el imperio que construyó (la aerolínea LAN, el canal Chilevisión...)?
–Muchos dolores de cabeza, pero una inmensa alegría al saber que uno puede aportar un grano de arena para cambiar la vida de los compatriotas más necesitados. En mi vida he tenido tres grandes vocaciones. La académica, la emprendedora, comenzando desde cero, y la verdadera vocación que me enseñó mi padre: el servicio público. Vendí grandes empresas. Hasta el Colo-Colo (el club de fútbol), con dolor de mi alma.
–Con la crisis que atraviesa España muchas empresas miran a Iberoamérica como el nuevo El Dorado. ¿Vería Chile con buenos ojos un desembarco mayor?
–Chile es uno de los países más abiertos. Si las inversiones son españolas son más bienvenidas por los lazos que nos unen.
–En esta gira ha visitado Oriente Medio. ¿Cree que puede haber un contagio de las revueltas árabes a países iberoamericanos con déficit democrático?
–Son realidades muy distintas. Hoy día la democracia es la norma en Latinoamérica. La democracia es como el amor. Cuesta definirlo, pero uno se da cuenta inmediatamente cuando está enamorado. Eso pasa cuando uno llega a un país: se da cuenta de si es una auténtica democracia o no.
–¿Se puede dirigir un país como una Sociedad Anónima?
–No. Un país es un esfuerzo colectivo. Pero sí creo que el espíritu emprendedor es más necesario en el sector público que en el privado. Apuesto por un Estado con muchos emprendedores y sin operadores políticos. No creo en un Estado gigante, hay que quitarle la grasa para fortalecer el músculo. La grasa es el despilfarro, la ineficiencia. El músculo es lograr estabilidad para el futuro. Este rol subsidiario del sector público no significa que sea contrario al Estado, pero sobra retórica. Cuando uno ve cómo sufre Europa con la crisis se da cuenta de que también el Estado falló, no sólo el sector privado. Extraer como lección que el modelo de economía de mercado fracasó y que hay que volver a modelos socialistas es una conclusión muy equivocada.
Sin prejuicios ideológicos
No cree en las derechas o izquierdas ni en que determinadas políticas pertenezcan a uno u otro bando. «Me considero un presidente moderno, sin prejuicios ni ideologismos», afirma. Antipinochetista acreditado, afirma que Pinochet será juzgado por la historia, «pero no es un actor del presente ni el futuro». Admite haber descuidado a sus hijos por su pasión política.
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