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Todo está en el aire por Luis DEL VAL

La Razón
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Para los griegos, el éter era el aire que respiraban los dioses. Durante mucho tiempo se creyó que el éter servía para transportar la luz, hasta que las ecuaciones de Lorentz y la Teoría de la Relatividad Restringida, de Einstein, abrieron nuevas perspectivas. Pero todavía, en fechas recientes, hay textos literarios en los que se afirma que las palabras y las ondas hertzianas viajan a través del éter. Y, en realidad, por algo que no se sabe si es materia o no, circulan muchas cosas: órdenes, escuchas, amenazas, palabras de amor y hasta convocatorias para manifestaciones que parecen haberse producido de manera espontánea. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que casi todo está en el aire.

El ciudadano de la fotografía, del que se cuenta que controla muchos teléfonos, usa también de él, porque el teléfono se ha convertido en una herramienta tan usual como el calzado. Hablando de calzado, observen la suela del zapato que se muestra al montar la pierna izquierda sobre la derecha: apenas está gastada. Y ello podría deberse, o bien a que los zapatos son nuevos, o bien, porque su dueño lleva muchos años pisando sobre alfombras espesas y moquetas mullidas. Tanto en los coches oficiales como en los despachos de altos cargos, el piso no desgasta los zapatos, antes bien los satina.

Sea por una causa o por otra, este pequeño detalle nos impediría detenernos en ese dedo meñique que acude al labio inferior, un gesto que puede ser de petición de tiempo para la reflexión o de instintiva censura a la boca que está a punto de mentir, esa tendencia que casi todos hemos tenido a la hora de excusarnos de una manera poco convincente. Pero en la mano derecha que baja hacia la alfombra, y extiende los dedos no hay signos de convicción escasa, sino de habilidad para bajar la mano y templar. La mirada, además, aunque aparenta que está perdida en el vacío, parece tener delante todo el tablero del ajedrez, y refleja el cálculo de si conviene decidirse por un gambito de dama, un salto de caballo o el sacrificio de un peón. Los peones son siempre los más sacrificados. A veces, hay peones que prestan el teléfono que usan, y eso les puede acarrear problemas graves y controvertidos, porque en asuntos de teléfonos ya sabemos que casi nada se puede ocultar.

El ciudadano usa calcetines largos de ejecutivo que ocultan la piel. Ese es un principio de elegancia ortodoxa: no mostrar la piel, mantenerla a salvaguarda del aire. Pero ya hemos dicho que todo está en el aire, e incluso la persona más protocolaria tiene que desnudarse en algún momento. Y es entonces, cuando estamos desnudos, cuando más incómodo resulta que suene con insistencia el teléfono…