Historia
Madoff el robagallinas
Nos llegaron noticias de Bernard Madoff, tasado al peso como un «Ben Laden» financiero. Exhibido en la plaza pública de Manhattan y de ahí al mundo marcado con la letra escarlata, aquel tipo es todo lo que se ha encontrado, lingote mediático, con ojos y manos, de los culpables del naufragio mundial. Perdió un par de hijos y, como ladrón de cuello blanco, pena en la cárcel. Fin de su historia. No sé si volaron o no los brokers por las ventanas de los rascacielos, pero, en la Historia, queda nítido que los momentos estelares de la humanidad los escriben los hombres y también los fantasmas, espíritus que no constan, aunque, en el desfalco que nos ocupa, se hayan llevado, piedra a piedra, la catedral de Notre Dame. Este artículo no es el grito anarca contra los bancos, los jerarcas de la política y el sistema, es que hay que rebelarse cuando a uno le están robando la cartera y encima los que roban tienen oficinas. En lo local, Maddoff, podría decir aquello de El Cordobés cuando ya estaba en billetes: «Cada vez que paso por un sembrado con el Mercedes, me entran ganas de robar melones». Esta pulsión es la de Maddoff, alguien que roba más por patología o por costumbre, que por oficio. Pero en función de la magnitud del desastre y el robo financiero, éste condenado por estafa piramidal es para compararlo con un robagallinas. No digamos El Lute, que estaría condicionado por el hambre y no por la codicia de todos los fantasmas que se han llevado el gallinero entero.
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