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Como una pompa de jabón por Germán CANO

La Razón
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Es un hecho: la emergencia omnipresente del «freak» es directamente proporcional a la nivelación social provocada por los medios de comunicación. Todo el mundo quiere expresarse y aprovechar su momento de gloria. En eso el «freak» es tan efímero como una pompa de jabón. Andy Warhol presagiaba que en el futuro todos seríamos famosos durante quince minutos. No se equivocaba salvo en el tiempo: hoy parece que vale con aparecer mucho menos.

No hay estética, por cutre que sea, que no tenga derecho a ser exhibida. De ahí que el «freak» sólo tenga sentido en un mundo desorientado, incapaz de tener puntos de referencia válidos, donde todo vale con tal de que respete una situación de atonía. Ahí va, pues, una definición del «friki»: ostentosa presencia en medio de la indiferencia generalizada. Hasta en eso el «freak» moderno es distinto: ha perdido su aura romántica. Por ejemplo, quién le hubiera dicho al bueno de Tod Browning que el título de su perturbadora película sobre la belleza oculta de la anormalidad iba a servir décadas después como cómodo cajón de sastre para toda esta obsesión por «ser alguien».

Sí, parecen estar de moda, los medios los aman, los persiguen incluso como si su propia existencia sólo se justificara por su breve pero impactante presencia. Pero no porque el «freak» siga siendo un monstruo marginado cuya violenta fealdad o inadaptación desafíe autoritarios cánones de belleza o los cuestione, sino por ser un reclamo publicitario, una etiqueta «kitsch» identificable, pero única, una marca realmente singular compitiendo en un mundo de marcas. «I am what I am», como reza un conocido eslogan publicitario. El «freak» es, en cierto modo, un breve éxtasis individualista en un mundo autista.

«Hoy cualquier idiotez es buena», aseguraba Jean Baudrillard sin patetismo nostálgico por la vieja verticalidad de los viejos valores. Y hay que darle toda la razón: aunque alguno todavía crea ver en su grotesca figura o en sus ademanes exagerados el anárquico corte de mangas de «lo popular» al poder, nuestro «friki» ya no es el espejo satírico del estiramiento engolado de la alta cultura ni invita ya al promiscuo carnaval donde se disuelven las jerarquías. Los actuales encarnan una sofisticada ingenuidad publicitaria donde cada uno se vuelve un inflexible empresario de sí mismo. En cierto modo, su cansino y chillón desfile por nuestras pantallas no es sino el reflejo exacto de un mundo de coloridas imágenes que se agotan en sí misma. La demanda espectacular del nuevo «freak» es el eterno retorno de un ruido que oculta que en el fondo nunca puede pasar nada nuevo.


Germán CANO