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OPINIÓN: Penas
Al consejero Cruz lo conocí cuando él estudiaba. Luego lo vi ascender y hacerse presente con actuaciones de peso, incluido el embrollo del difunto Karabatic, del que salió airoso, y Manifesta con su montaña de escombros y la antigua sede de Correos donde, no a cosica hecha sino sin querer, pisé un charco que, según supe luego, formaba parte de una obra de arte; cierto es que nadie me pidió explicaciones como sí me las habrían pedido si le hubiera dado un martillazo al Cardenal Belluga, siquiera sea en efigie por la que tiene detrás del Palacio Episcopal; será porque el arte moderno es más sufrido que el antiguo y admite martillazos y hasta destripes, que las obras robadas de Campillo mantienen, incluso troceadas, la dignidad de la obra de arte que yo exhibiría en el arqueológico sin dudar. Pero volviendo a P.A. Cruz junior, ahora elevado a categoría de poncio, viene dando a la imprenta unas entregas sobre su vida entendida como un calvario, un sufrir permanente que me recuerda el cartel de un congreso de poetas que se convocó en Murcia; según me señaló Ángel Haro, se veía a un joven desnudo, apoyado en una pared y llorando, o sea, la viva imagen del intelectual melancólico que sufre porque escribe, pinta o desarrolla cualquier otra tarea erudita. En el caso de Cruz parece haber asumido él solo las angustias infinitas del hecho de estar vivo. Tenía pensado pedirle árnica al señor consejero, quiero decir, que sepa que si es por nosotros que mejor no lo haga, que deje ya de sufrir y empiece a ver la vida con el optimismo que propicia un café mañanero y una cerveza fría a eso de la una y media. O que se lo haga ver por un médico porque el toletole que ha cogido de tanta frustración creo yo que no es normal.
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