Vacaciones
Hotel dulce hotel por Marina CASTAÑO
Hace días una noticia o, más bien, un estudio aseguraba que se están produciendo menos divorcios con motivo de la crisis, o sea, que dos tragan quina porque no tienen dinero para emprender nuevas vidas por separado. ¡Qué duro y qué triste! Cuando ya no existe compenetración, entendimiento, ilusión y, sobre todo, complicidad; cuando ya no hay interés por volver a casa y comentar los avatares del día y cuando no existe esa atracción fatal que trastorna los sentidos, cuando eso ocurre es muy difícil continuar al lado de la persona por la que se ha apostado. Pero también es cierto que, en ocasiones, la pareja no se molesta en intentarlo. Porque un respiro siempre es necesario, todos lo necesitamos, pero una bocanada de aire definitiva es triste y es frustrante. Siempre he sostenido que los libros de autoayuda que, presuntamente, orientan la relación, o los consejeros matrimoniales que dictan una serie de instrucciones para resolver esa incomprensión entre dos personas, me recuerdan esas convenciones de los ejecutivos que vienen acompañadas de fabulosos viajes en extraordinarios y lujosísimos hoteles: nunca he sabido de la eficacia de las mismas, ahora bien, que les quiten lo bailao a los participantes. Mira por dónde en el caso de la vida de pareja ese viaje sí podría servir para reconducir lo que anda resquebrajado, pues ya se sabe que los hoteles «motivan» por ser un escenario diferente, por implicar un punto de clandestinidad… Sí, el hotel, pone. Ya lo decía el aguardentoso Sabina: «hotel, dulce hotel; hogar, triste hogar. Habitación con vistas a tu piel». Pero, claro, si no hay dinero para separarse, ¿lo habrá para un viajecito reconciliador? Quizá, los divorcios son demasiado caros.
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