País Vasco
La trinchera de Bildu
Las campanas de la Iglesia rompen con cada golpe la sedación de este lugar sin tiempo. Un onírico cuadro de casas, fresnos y hayas: Lizarza, a 31 kilómetros de San Sebastián, en el valle Araxes.
Un municipio de escasos 12 kilómetros cuadrados y 600 habitantes, el fondo recóndito de un cuenco en el que la sensación de atrincheramiento se refuerza por la altitud de las montañas que lo rodean. Y no sólo por eso. «Éstos son españoles, pasando». Dos vecinos asentados en la treintena pasean delante del Ayuntamiento. Igual por salir a tomar el aire después de comer, igual no. Las caras quietas mirando a través de las ventanas evidencian que la visita ha suscitado, como poco, curiosidad. E incomodidad. «Podría hablar contigo. Otra cosa es que quiera». A pesar de la contundencia, un comentario le provoca. «No perdona, aquí no se ha montado nada. Aquí la han montado manipulando completamente la información».
Se refiere a los altercados producidos durante la constitución del nuevo consistorio el pasado 11 de junio, día en que siete concejales de Bildu relevaron a otros tantos del Partido Popular. El etarra Aimar Altuna impidió la entrada de los periodistas al Pleno. En las fotografías del suceso se puede reconocer, escoltando a Altuna, a los interlocutores. «Aquí la carta de presentación se analiza entera», se carcajea uno de ellos.
El bar «Ostatu» corrobora las declaraciones. En la puerta, un recorte de periódico da la bienvenida: «Lizarza veta a los medios de comunicación por manipulación». Detrás de la barra, un camarero joven sirve una cerveza. La publicidad de Amstel en el tirador ha sido sustituida por una pegatina de «Presoak, Etxera». En la pared, la misma petición de liberar a los etarras de las cárceles se refuerza con imágenes de ellos. Dos están tachados. «Es que ya han salido, pero uno no puede volver de Francia». ¿Algún familiar? «No, pero son todos amigos del colegio». Junto a ellos, la fotografía de Peio Olano, condenado por atentar contra José María Aznar en mayo de 2001. «Estamos contentos con el nuevo alcalde, porque la otra no nos representaba. Llegaba rodeada de escoltas y se iba. Nunca se implicó con nosotros».
«La otra» es Regina Otaola, la ex alcaldesa del PP que rompió con un monopolio de liderazgo abertzale desde las elecciones democráticas de 1978. En 2007, al no poderse presentar dos ilegalizadas marcas electorales de Batasuna, Otaola se convirtió en el primer político de Lizarza que sustituyó la ikurriña del Ayuntamiento por la rojigualda y que cambió el nombre de la plaza, Txirrita, en homenaje a un etarra, por el de Libertad. «Queremos que el alcalde nos devuelva a los presos a casa», informa el camarero. «Los traslados para visitarlos son muy caros y hay muchos accidentes». Las familias de los asesinados por la banda no tienen que costearse esos viajes. «Ojalá esto cambie algún día. Pero tanto el País Vasco como el Estado español tendrían que ceder mucho para llegar a un acuerdo».
Al salir del bar, los carteles colgados de los balcones pidiendo la liberación de los terroristas o las fotos de Ignacio de Juana de Chaos en una parada de autobús hablan por sí solas. Los niños, ajenos a todo, juegan por las calles después de salir del colegio. María Luisa, de 80 años, recuerda nostálgica su niñez mientras espera a sus amigas para echar la matutina partida de cartas. «Nosotras teníamos una profesora que si hablábamos en vasco te obligaba a ir todo el día con un letrero a la espalda». María Luisa no invierte su tiempo en «Bildus». «Hija, a mí me da igual, yo no tengo familia en la cárcel.
Se dedican todos a "limpiar"la tierra». Y es que las laderas marcan el escalonado de las generaciones. «El alcalde se llama Aitor, ¿no?», pregunta por su parte Hilario, dueño de un caserío. «A mí me da igual la política, aquí estamos retirados. El movimiento está ahí abajo, donde la gente joven». El dedo de Hilario abarca la plaza del pueblo, hasta detenerse en el parque. Allí, una escultura homenajea a la etarra Ignacia Cebeiro Arruabarrena, abatida por la Policía durante la desarticulación del «comando Vizcaya» en 1998. Con una ikurriña en ella. Allí. En el fondo del cuenco de Lizarza.
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