Los Ángeles

El penúltimo tren de David Bowie

Su disco «Station to station», que arranca con el sonido de un tren durante tres minutos, revolucionó el pop en unos años de pesadilla para el cantante por el consumo de drogas. Su reedición contrasta con un terco silencio y escasísimas apariciones. Muchos temen que no vuelva.

El penúltimo tren de David Bowie
El penúltimo tren de David Bowielarazon

La sombra de David Bowie es alargada, y no sólo por la que dibuja su silueta. Su apariencia camaleónica, mutante al compás de sus cambios de estilo musical, ha proyectado una impronta en incontables bandas posteriores, que le han citado como referencia a medida que los «revival» se han sucedido. También es alargada porque cada vez los focos le apuntan desde más lejos. Ahora prefiere el silencio, al contrario que otras leyendas del rock y a pesar de que sus discos tardíos son más que notables. La reedición de uno de sus álbumes fundamentales, «Station to station» (1976), le devuelve el brillo de su vigencia.

Bowie compuso y grabó el disco fuera de sí. En primer lugar porque, desde el punto de vista creativo, el cantante británico seguía la máxima nietzscheana de «hacer de su propia vida una obra de arte» y creaba las composiciones de sus discos desde la óptica de un personaje inventado por él mismo. Si Ziggy Stardust había inspirado sus discos anteriores y el «plastic soul», con «Station to station» nace otra encarnación: el Delgado Duque Blanco, (The Thin White Duke). En segundo lugar hay razones menos poéticas: durante su estancia en Los Ángeles, donde compuso y grabó el disco, consumió ingentes cantidades de cocaína.

«Soul train»

1976. Bowie había triunfado con la renovación del soul en «Diamond Dogs» y «Young Americans». Fue el único artista blanco que hasta el momento había actuado en «Soul Train», el «sancta sanctórum» de la música negra. Aquel año sonaban en las radios los ritmos negros de Marvin Gaye, Stevie Wonder, y el «Dancing queen» de Abba. The Eagles entregan «Hotel California», y Ramones su disco homónimo. Bowie, inspirado por la electrónica de Kraftwerk, las lecturas filosóficas y el ocultismo, publicó un disco más tenebroso, con ramalazos de la anterior etapa, y un anticipo de la llegada de la electrónica a la música pop.

En esa época, la cocaína estaba «por todos lados en Los Ángeles», según ha relata el propio músico, que contó este verano en el magazine británico «Uncut» que todos los miembros de la banda llevaban una cucharilla en una cadenita al cuello para esnifar constantemente. Tanto, que los años 75 y 76 son «una caja negra en su memoria». «Fueron diez días de actividad febril, de locura. Unos días con sus noches sin fin en sesiones abiertas y experimentales», recuerda Carlos Alomar, guitarrista en el álbum.

El cabaret de Berlín

Pero Bowie no iba como un zombie amoral todo el rato. «Empezó a leer a Nietzsche y a interesarse por el superhombre, por la estética del cabaret berliniano de los años treinta, la decadencia de la aristocracia austrohúngara», cuenta Amando Cifuentes, responsable de marketing internacional de EMI y gran conocedor de la obra del británico. Añadió al cóctel los ecos de la Cábala, mitología del Santo Grial, algo de misticismo, una pose intelectual o el miedo a los extraterrestres. El Duque Blanco salía al escenario pálido, con el pelo engominado hacia atrás, camisa blanca de la que siempre asomaba un paquete de Gitanes y chaleco negro. «No sé por qué no llevaba monóculo», dice Cifuentes entre risas.

Fue cuestión de tiempo que empezasen sus provocaciones: dijo que quería ser primer ministro de Inglaterra, defendió la idea del líder capacitado y sabio frente al poder de la masa, y culminó la polémica con declaraciones defendiendo el fascismo y un equívoco: bajó del tren en Victoria Station y dedicó un saludo con el brazo en alto. «Luego deshizo el enredo en elocuentes letras en ‘‘Low'' o ‘‘Heroes''. Puede que en esa época jugase a la provocación, como hoy hacen centenares de artistas», afirma Cifuentes.

Los rumores en la prensa sobre las obsesiones oscuras de Bowie también se dispararon: candelabros negros, dietas a base de leche y pepino, artefactos egipcios, brujas y mensajes secretos resonando en su cabeza se contaban el las páginas de «Rolling Stone» o «Playboy».

Mientras, el disco, que en plena explosión de colores de los setenta salió con portada en blanco y negro, llegó al número tres de los más vendidos en EE UU, el puesto más alto de su carrera. Se preparó para la gira. Sustituyó la gran banda anterior por una más modesta, sin coros, e hizo iluminar el escenario exclusivamente con luz blanca. Focos halógenos alineados, ausencia de decoración, dramatismo. Los conciertos de la gira arrancaban con la canción «Radioactivity» de Kraftwerk sonando mientras se proyectaba «Un perro andaluz» de Buñuel y Dalí.

Buñuel y el rock
Hasta hoy no se conservaba ninguna grabación de la gira hasta la presente reedición del álbum, que se pone a la venta con un doble disco (incluidos tanto en la versión especial como la de lujo) del concierto que Bowie ofreció el 24 de marzo de 1976 en el Nassau Colisseum. Aquel día, el crítico de «The New York Times» John Rockwell tituló su crónica: «Bowie empareja a Buñuel y el rock». «A pesar del impactante parecido entre el aspecto del cantante y las partes más brutalmente psicóticas del filme, el tono del concierto fue más parecido a la crudeza de "Mahagonny"que al surrealismo franco-español», escribió el periodista sobre una de las «más increíbles actuaciones de rock» que jamás había presenciado. Pueden corroborarlo. La grabación, procedente de una cinta no autorizada, es excelente. Tanto de ella como de la remasterización del álbum se ha encargado Harry Maslin, el ingeniero de sonido original de 1976.

Pero todas estas extravagancias no ocultan la importancia de un disco, que, según Cifuentes ha dejado huella hasta la actualidad en Anthony & The Johnsons o Arcade Fire, banda con la que ha intercambiado elogios y grabado algunas versiones de sus temas. Pero poco más. Después de la angioplastia a la que fue sometido en 2004, sus últimas apariciones públicas son más de posado en galas y fiestas, y, salvo los entusiasmos levantados por algún mensaje impostor en Twitter, parece que no piensa entregar nuevo material.

Bowie y los clásicos
Bowie vive hoy muy confortablemente de la gestión de su catálogo de álbumes y canciones, que recuperó a buen precio, y que gestiona una compañía en su nombre. Pasa unas temporadas en Nueva York y otras en Suiza, con su mujer y su hija. Una actitud que contrasta con su enorme ritmo de trabajo de otras épocas y con la actitud de otros veteranos del rock, como Neil Youn o Eric Clapton, que acaban de publicar disco, o el incombustible Bob Dylan, que ni siquiera se ha bajado del autobús de las giras. Aunque se agradece el gesto de honestidad de Bowie, cuyos discos más tardíos mantenían cierta calidad, al contrario que otros intentos de ilustres como Carlos Santana –que ha conseguido que más de un crítico sacuda la cabeza con su disco de este año– o el flojo resultado de otros como Phill Collins intentando versionar temas clásicos del soul. Mientras se disipan los rumores, y el tren llega con retraso, siéntense a esperar en la estación.


El detalle: un hombre y sus máscaras
Bowie enterró pronto al Duque Blanco.Terminó por parecerle desagradable y, sobre todo, frenó un poco el consumo de drogas. Fue a vivir a Berlín, donde publicó tres álbumes memorables y ayudó a que Iggy Pop publicase sus dos mejores: «The idiot» y «Lust for life». Pero Bowie siguió su camino, que entre 1969 y 1980 se plasmó en doce discos nada menos. No es sólo el primer británico que se acercó al soul. Inventó el glam rock, luego pisó primero el tecnopop, y fue pionero del hoy denostado chill out. «No ha habido artista capaz de marcar la tendencia tantas veces y con tanto acierto», dice Cifuentes.