Estados Unidos

Javier Casares Ripol

* Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid 

 
 larazon

L a crisis mundial es poliédrica. Sus aristas son complejas de analizar y las pisadas de la ciencia económica son lentas y se desenvuelven entre el dragón tremebundo de la terminología hermética y la invasión «política» por parte de personas con conocimientos poco sólidos y rudimentarios que nos arrastran al universo de los tópicos, las palabras hueras y, en muchos casos, las meras consignas. En este contexto, parece conveniente plantear algunas ideas sobre aspectos poco explorados de la crisis pero que pueden ayudar, con humildad científica socrático-popperiana, a entender mejor que es lo que ocurre y que alternativas de política económica se pueden abordar. Al fin y al cabo, lo peor de todo es la falta de un adecuado diagnóstico. Ortega y Gasset lo señala con su maravillosa precisión conceptual: «No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa». La crisis tiene componentes financieros, económicos, morales, políticos… Vamos a intentar habitar estas palabras, recordando la bella expresión de Antonio Machado cuando escribe sobre las palabras habitadas. La vertiente moral se plantea en la crisis financiera. La concesión de hipotecas «subprime» se vincula con un sistema de retribuciones variables de tal manera que el que más vende más ingresa.
Si el churrero que vende más churros obtiene más ganancias, el vendedor de estas hipotecas también gana más cuanto más vende. Consecuencia: se conceden hipotecas a gente que no podrá pagarlas y a través de un enrevesado entramado de ingeniería financiera estas hipotecas se extienden por el sistema financiero internacional. La bonanza económica y los bajos tipos de interés contribuyen a que las burbujas se hinchen. Cuando los precios de la vivienda empiezan a caer, las burbujas se desinflan, y generan los conocidos problemas de liquidez, solvencia, apalancamiento, morosidad, etc.
Las puertas de la recesión se abren de par en par. Los inversores se comportan como antílopes huidizos. En ocasiones, huyen porque llega el león (mala situación económica) y en otras porque el viento mueve las hojas (incertidumbre sobre las expectativas, movimientos especulativos sobre las monedas, estados de ánimo y de confianza, reputación de los gobiernos…) En este contexto, terminan por aparecer prácticas predatorias y los antílopes en fuga se convierten en jaurías de lobos. En todo este entramado amoral no hay que olvidar el papel de los que han desarrollado prácticas decididamente ilícitas como la venta piramidal, la búsqueda de rentas personales (algunas empresas intervenidas en Estados Unidos tras el agosto «negrísimo» de 2007 observaron cómo sus preciados dirigentes disfrutaban de convenciones turísticas de altísimo nivel en plena tormenta financiera).
El contagio de la crisis financiera a la economía real es tremendo. En otras ocasiones (octubre negro de 1987, por ejemplo) los problemas financieros no invadieron la actividad económica de forma tan espectacular. Esta vez, sí. La demanda cae. Las empresas quiebran. El desempleo crece vertiginosamente. Los gobiernos se ven obligados a ayudar a los propios prestamistas «alegres» y a desarrollar políticas keynesianas del corte de «hacer hoyos en el suelo y enterrar latas de conservas llenas de billetes de banco y luego desenterrarlas porque genera actividad y empleo». Grecia, Portugal, Italia, España... muestran sus miserias. Pero aquí merece la pena abrirse paso por caminos inesperados.
Todos debemos conocer la restricción presupuestaria del gobierno. Es decir, no puede gastar más recursos de los que dispone. Nos olvidamos de la restricción presupuestaria. Como no se puede crear dinero en la Unión Europea ni en los países avanzados, hay que recurrir al endeudamiento y a los impuestos. Sin embargo, la tienda del Estado está abierta con unos escaparates en los que pone (sobre todo, en periodos electorales) que «van a bajar los impuestos y subir las inversiones públicas y las transferencias», sin que nadie explique cómo se puede conseguir tamaña hazaña intelectual y política. Los gobiernos buscan generar ilusión fiscal en el contribuyente. Se convierten impuestos temporales en permanentes, se aprovechan los cambios en la opinión pública para desarrollar programas de gastos, los impuestos se consolidan («old taxes are good taxes»)… En este contexto, la crisis fiscal se ve azuzada por la «esquizofrenia fiscal» del ciudadano. Todos queremos más carreteras, fiestas populares, farolas, subsidios etc, pero no vinculamos su pago con la contribución impositiva. Somos enérgicos demandantes de bienes y servicios públicos (Doctor Jeckyll) al mismo tiempo que enérgicos rebeldes fiscales (Mr Hyde).
Para que nada falte, y en este aspecto España destaca de forma notable, se produce la privatización del Estado por parte de los que buscan rentas personales o se enmarañan en la corrupción o se convierten en zelotes (como Barrabás) con el continuo desarrollo de nuevas iniciativas públicas (de dudosa rentabilidad privada y social). Todos estos desenvolvimientos quedan iluminados por el papel de los grupos de presión que rodean y estrujan la «ubre» estatal con el desarrollo de una sólida red clientelar en la que sólo falta, por ahora, pedir que se cierren las claraboyas, ventanas y balcones para evitar la dañina competencia de la luz solar para los fabricantes de bombillas. Los «cazasubvenciones» aparecen por todas partes. Desde la energía fotovoltaica al cine de serie «Z»; desde los aparatos sindicales y empresariales que desarrollan la formación profesional a los «héroes» que, supuestamente, van a evitar el cambio climático… Todo esto sin entrar en los recovecos más sórdidos e inelegantes de las subvenciones. El desarrollo del euro tenía un punto débil. La aparición de «shocks» asimétricos. Aquí están. Los países dominantes, y pagadores, exigen disciplina fiscal. No se puede recurrir a la devaluación puesto que hay unidad monetaria. No se puede desmontar la red de fieles clientelas electorales. La solución es fácil. Y muy antigua. «Ser fuerte con el débil y débil con el fuerte». Nada nuevo bajo el sol. Como dice la canción de Leonard Cohen, «nueva piel para viejas ceremonias».