Navarra
«El arquitecto artesano está desapareciendo»
Agradecido, incrédulo y feliz, vivió ayer, en su setenta y cinco cumpleaños, un día de gloria. Se convirtió en el quinto en su categoría en recibir el Premio Príncipe de Asturias
Tres cuartos de siglo y un Premio Príncipe de Asturias al que Rafael Moneo (Tudela, Navarra, 1937) apenas daba crédito. Quizá porque ya se había olvidado de que durante años, muchos, era el candidato firme y perfecto; quizá porque ya pensaba que se le había pasado el turno «porque hoy los intereses están en otro lado», dice; quizá porque lo que ayer tenía en la cabeza cuando saltó de la cama era que cumplía 75 años. Y poca cosa más. «No me sentía preferido ni favorito. Hace diez o quince años, cuando regresé de América, habría podido ser, pero ahora estaba completamente ajeno. No sabía siquiera que mi nombre estuviera ahí, entre los finalistas. Pensaba que era el turno de un director de cine, un artista, un músico. Diga que no tengo la sensación de que se ha hecho justicia», asegura a LA RAZÓN. Incrédulo y sorprendido a partes iguales, pensó que la llamada era para para preguntarle por alguno de los candidatos. «Ha sido un día completamente surrealista», añade.
Es el quinto arquitecto que recibe el galardón, después de Oscar Niemeyer (1989), Sáenz de Oiza (1993), Santiago Calatrava (1999) y Norman Foster (2009), y el primero al que se lo dan por poner en pie una arquitectura «serena y pulcra». Nunca dos adjetivos cuadraron tan bien en una trayectoria sólida como la suya. «Quiero pensar que es así», comenta, mientras le imaginamos con esa estampa de despistado que le adorna, siempre con sus gafas atrapadas en la frente y sin desprenderse de los tirantes negros enlazando mil llamadas telefónicas en 24 horas. Trabajó durante sus primeros años en el estudio de Sáenz de Oiza, premiado con el mismo galardón hace casi 20 años. De él aprendió en sus tiempos de estudiante «sus excepcionales dotes como intelectual, su exigencia y el amor a la profesión. Ha sido muy importante en mi vida». Después se alejó de España y compartió planos con Jorn Utzon (su favorito), autor de la Ópera de Sidney. Discreto, y como ayer fue definida su arquitectura, sereno y pulcro, Moneo ha construido viviendas, ha puesto en pie museos, ha dado el pistoletazo de salida a estaciones de ferrocarril (tiene entre manos, nos adelanta, la ampliación de la madrileña de Atocha) e incluso ha levantado una catedral en el lejano Los Ángeles, cerca de Hollywood: «Lo he hecho casi todo y realmente es una suerte. Quizá esté unido a mi planteamiento de la profesión ligado a la enseñaza, gracias al cual he podido disfrutar de construir edificios de muy diferente perfil. Me han faltado unos grandes almacenes o un edificio monumental», se excusa, para volver a tomar tierra: «Puede que la necesidad de garantizar una arquitectura que vaya acorde con las necesidades, que sepa dar respuesta a los problemas y que no sólo se deje ganar por el brillo es lo que ha hecho que toque ese amplio abanico y que se eche mano de mí en muchas ocasiones». Concibe la arquitectura como un oficio y cree que en los tiempos venideros la profesión va a tener que adaptarse a lo que se viene encima: «Hemos sido muy importantes en los últimos veinte años en España, en momentos de bonanza. Soplan otros vientos, tenemos más de un 20 por ciento de paro en la población y atravesamos un desierto, un momento complicadísimo del que ojalá salgamos. Yo ya me veo mayor, pero quienes vienen detrás no lo van a tener nada fácil. Hoy, la visión del arquitecto artesano está en trance de desaparecer, aunque una actividad como la nuestra siempre tendrá sentido». Prefiere «las arquitecturas que no son imperiosas, que no se imponen inevitablemente a quien las usa, y que por el contrario, tienen esa condición discreta de forma que, tan sólo quien busca, encuentra la consistencia arquitectónica», asegura para añadir que «la arquitectura ha perdido parte del avlor restórico que tenía siglos atrás».
Se ha forjado este profesional que ha pisado los cinco continentes en un estudio de tamaño medio con sede en Madrid. Los arquitectos que vuelan de una una punta a otra del globo no van con él. Cree que nunca se ha buscado su firma porque sea una estrella, «sino porque he sido capaz de cumplir». Lo ha hecho en Mérida, en Murcia, en la ampliación del Prado en Madrid. Y le queda una lista larga de la que adelanta algunos proyectos: «Un importante laboratorio de neurociencia en la universidad de Princeton, un museo que albergue la colección de María Josefa Huarte, la construcción de un hotel en Málaga, otros proyectos en tierras italianas..., lo que es una fortuna en estos tiempos que vivimos».
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