Francia
Van Goghmuerte por accidente
La biografía más completa del pintor, a la venta el próximo miércoles, revela que el artista no se suicidó, sino que murió por un disparo
No hubo bala del suicidio. Lo que mató a Van Gogh fue la adolescencia mal llevada de dos hermanos malcriados de París: los Secrétan. El 27 de julio de 1890, el pintor encontró el final en un forcejeo casual a las afueras de Auvers que terminó con su locura y le abrió las puertas de la leyenda. Un accidente que le dejó en el abdomen una herida del calibre 38 difícil de remedar. El artista regresó arrastrándose al hostal Ravoux, donde se alojaba, por una carretera de ochocientos metros que debieron de ser un infierno, sin su caballete y sus pinturas, y sin imaginar que la muerte era la primera estancia para alcanzar el éxito que siempre le había esquivado. Alcanzó la cama con la esperanza de sobrepasar ese trance igual que con anterioridad había superado sus crisis psíquicas. Treinta horas después fallecía. Los historiadores Steven Naifeh y Gregory White Smith han publicado «Van Gogh. La vida» (Taurus), la mejor biografía que hasta ahora se ha editado de este pelirrojo solitario, obsesivo y triste que encontró en la pintura al aire libre una vía para escapar del mundo. Y, también, han reconstruido con una obsesión detectivesca y a partir de nuevos testimonios y documentos los sucesos que ocurrieron aquel último día.
Los autores han acudido a estas fuentes para salvar las contradicciones de ese supuesto suicidio. Los rumores, el mito y las películas que acudieron a rescatar el nombre y la obra del pintor eclipsaron la verdad y permitieron a los protagonistas salvarse del juicio de la Historia hasta hoy. ¿Un hombre se suicida disparándose en el estómago? ¿Por qué nunca apareció el arma? Si quería matarse, ¿por qué acudió a pedir auxilio? ¿Por qué no se remató si su idea era acabar con su vida? ¿Por qué salir con lienzos y pinturas si se iba a suicidar? y, sobre todo, ¿por qué iba a acometer una acción así un hombre que siempre la había rechazado y que había poseído un fuerte sentimiento religioso? Con estas preguntas arranca la indagación para encontrar que nunca se detalló el lugar del disparo, que no se hizo una autopsia, ni se localizó nunca a un solo testigo ni, mucho menos, se encontraron las pertenencias del artista.
Las pistas les condujeron hasta René Secrétan y su hermano Gaston. El primero era un gamberro, «lideraba un grupo de pequeños camorristas. La mayoría eran estudiantes parisinos que pasaban el verano en Auvers». A René se le describe como «un adolescente difícil de manejar y ávido de aventura». Gaston era diferente, un espíritu sensible que enseguida confraternizó con Van Gogh. René llegaría al artista a través de su hermano y muchos años después, cuando se estrenó «El loco del pelo rojo» haría unas declaraciones que le delataron. Van Gogh no tenía pistola ni sabía cómo se usaba. René cazaba y presumía de un arma que llevaba en un cinto a todas horas. Además, le gustaba reírse y mofarse de este excéntrico perdedor que salía a pintar, vestía como un vagabundo y le gustaba el amarillo. Al final todo quedó resuelto, no en un trigal, como asegura la tradición, sino en el camino que lleva Chaponval. «René lleva mucho tiempo fastidiando a Vincent para hacerle saltar. Era muy dado a los estallidos violentos, sobre todo bajo la influencia del alcohol. Cuando René sacó el arma de su morral pudo ocurrir cualquier cosa, de forma intencionada o accidental, entre un adolescente temerario que se creía que estaba en el Lejano Oeste, un artista borracho que no sabía nada de armas de fuego y una pistola anticuada». El resultado ya se conoce. Esta versión explica que nunca apareciera el utillaje pictórico de Van Gogh (se lo llevarían los Secrétan), que en su delirio el pintor dijera que no se «acusara a nadie» y que nadie descubriera el arma homicida. En las semanas posteriores, los diarios nunca manejaron la tesis del suicidio. Esa idea fue imponiéndose con posterioridad, según crecía la versión romántica del artista loco que determina acabar con su vida ante la incomprensión del mundo. Al final, Van Gogh ni siquiera ha tenido suerte ni a la hora de forjar su leyenda. A lo largo de este volumen abundante, grueso, los autores van desgranando la infancia que le marca, cómo ese chaval retraído y tímido llegó a convertirse en «un rebelde, torturado, alienado del mundo, exiliado de su familia y enemigo de sí mismo». Se adentran en la adolescencia y en el temperamento de ese hombre, que se creía incomprendido, que inició el camino del arte animado por su hermano Theo, que vio en esta posibilidad una forma para que dejara atrás sus frustrados estudios teológicos. Por supuesto, el libro aborda la tensa relación con Gauguin. Ese artista vital, espontáneo, favorecido por el éxito y amado por las mujeres que resquebrajaría la imagen del pintor y la manera de trabajar que poseía Van Gogh. Este ensayo deja la impresión de que no fueron las almas afines que el pelirrojo creía. Gauguin jamás vio en el sur de Francia la tierra prometedora que significaba para Van Gogh. Despreciaba, además, su manera de pintar, el amarillo que usaba y hasta lo ridiculizó en un retrato. Aquel duelo acabó hundiendo a Van Gogh y desesperando a Gauguin, que deseaba marcharse (y se fue, muy lejos, hasta Tahití y por ahí). De aquel episodio, Vincent salió maltrecho. Su vida quedó arrinconada entre los hospitales y la pintura. Y en Auvers, al final, el drama le salió al paso. En una ocasión señaló: «Soy un fanático. Tengo una enorme fuerza interior. Es un fuego que no debo apagar sino avivar». Pero él jamás recogería los beneficios de esa voluntad creadora. Nadie le debió de advertir de que usar amarillo trae mal fario.
El duelo de Theo
La desaparición de Van Gogh sumió a su hermano Theo en una profunda crisis. Las semanas siguientes a su muerte sólo quedaba con personas que le habían conocido. Las invitaba a comer o cenar y se pasaba las veladas hablando de Vincent. Un delirio que eclosionó y que le condujo a ingresar en una clínica. «Tenía salvajes arranques de rabia, algunos contra su esposa e hijo, ataques de paranoia y atisbos de pensamientos mágicos». Su fecha de defunción es el 25 de enero de 1891, pero no se conocen exactamente las causas. Ellos no fueron los únicos casos. Su hermana Wil (en la imagen) fue internada en un manicomio dos años después. Y Cor, otro de los miembros, acabaría pegándose un tiro a los treinta y dos años.
El detalle
CUERVOS NEGROS
Van Gogh pasó por dos sanatorios después de cortarse la oreja: el de Saint Paul y el de Auvers. Durante esa época realizó algunas de las obras más reconocidas de su trayectoria artística, como es «Noche estrellada» y «Retrato del doctor Gachet». Se centró en los cipreses y recuperó algunos motivos provenientes del arte oriental, una de las influencias de su pintura. Durante este periodo volvió a salir al campo (Gauguin prefería destilar las impresiones en una pintura lenta, de habitación, depurando las sensaciones en el óleo) a pintar. Su último cuadro es un trigal con unos cuervos negros que lo sobrevuelan. Lo terminó dos semanas antes de morir. Siempre consideró a los cuervos un ave que le traía suerte.
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