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La voz más embriagadora

La Razón
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El Teatro del Liceo rinde el martes un homenaje muy especial a Montserrat Caballé, al cumplirse cincuenta años desde su debú en él con «Arabella». La soprano, que estudió en el Conservatorio del Liceo, era ya cantante reputada en el extranjero, pero aún no había alcanzado el primer lugar de la ópera, lo que sucedería tras la «Lucrecia Borgia» neoyorquina de 1965. Perdónenme cuanto de personal hay en este artículo de hoy, pues pretende ser mi breve y muy limitado homenaje a quien debo eterno agradecimiento por haberme descubierto la ópera.
Fue por 1968 con una grabación de «Casta diva» escuchada por curiosidad, seguida de un «Roberto Devereaux» en vivo en la Zarzuela. Su voz, su arte, me abrieron oídos y ojos para la lírica. Desde entonces nuestras vidas se han cruzado innumerables veces, en los escenarios y, más tarde, fuera de ellos. Un día la convidé a almorzar. ¿Cómo me va a invitar a mí un periodista? Exclamó con su carcajada contagiosa. Durante años me envió postales de cada parte del mundo que visitaba. Hasta que un día nuestros caminos se separaron a causa del recuerdo que dediqué a una polémica «Anna Bolena» scagliera en la presentación de uno de sus discos. No le gustó lo que era en el fondo un halago: la mención al enorme poder que tuvo sobre un público hostil al que llegó a domar hasta llevarlo a su redil. Le disgustó que hablase en pasado, como quizá no le agrade lo que hoy escribo, porque no suele gustar que se nos recuerde que ya no somos lo que fuimos. Pero es mi obligación hacerlo, como crítico y como alguien que la quiere con todo su corazón. No ha habido cantante más importante en estos cincuenta años. Fleming o Netrebko no admiten la mínima comparación con la Caballé de los años dorados. Afortunadamente está Youtube para recordárnoslo.
Quizá no sea su despedida del Liceo pero sí será la mía, porque hay un momento en todo artista en el que el presente empaña el pasado y yo no deseo que eso me suceda con quien más admiro. Quiero recordar siempre su voz como aún la recuerdo, como la más embriagadora que jamás escuché. Por eso digo adiós a Caballé y hasta mañana a Montserrat y, con ello, también yo me siento más viejo.