Valencia
El nuevo «waltz» de Leonard Cohen
El Premio Príncipe de Asturias de las Letras publicará diez canciones inéditas
Lo primero es la figura, la identidad exterior, que es una metáfora del mundo interior, un pulso con uno mismo, que Leonard Cohen ha resuelto con un andamiaje de abrigos, americanas rayadas, trajes y sombreros que le han esculpido la personalidad escénica; le han dado el personaje público. El cantautor ha ido descubriéndose en la escritura y los acordes, que es otra escritura, pero más abstracta. En ese cruce entre literatura y música fue deshaciéndose de la monolítica adolescencia y emergiendo el cantante. Partió de un grupo de folk, porque al principio todo ser no es más que influencia, una amalgama de otros, hasta crear un mundo propio, un pentagrama personal. Una genialidad individual, cargada de destellos y hallazgos, entremezclados de tradición y modernidad en el que conviven lo religioso y lo profano.
Ritual de timidez
«El poema y la canción nacen juntos. No es un proceso ordenado. Normalmente trabajamos en la oscuridad, en el fondo del barrial. Lucho contra la incompetencia y la valía personal. Es un momento caótico. Como decía Yeats: "Me tumbo en la alfombra ajada del corazón". Es una experiencia que proviene de lo vivencial, de una existencia imperfecta».
Leonard Cohen despliega un ritual de timidez, de gestos escogidos. Llegó a Oviedo el miércoles por la noche y saludó juntando las manos igual que en una plegaria. En una serie de movimientos lentos, se aproximó a los seguidores que hacían público y firmó autógrafos en sus viejos libros, «Los hermosos vencidos» y «El juego favorito», que ahora reedita Edhasa. El Premio Príncipe de Asturias de las Letras mostró una cadenciosa tranquilidad, una quietud casi espiritual que extendió en la rueda de prensa, donde interactuaba con los periodistas, sobrepasando el coloquio rígido de la pregunta y la respuesta. «No recomiendo leer ninguna de mis novelas –aseguró repasándose el pelo, rapado, canoso–. Es difícil recomendarlas cuando hay tantas buenas obras ahí fuera», bromeó. Cohen intenta desterrar con modestia todas las tentaciones de grandeza, desvelando detalles de sus dificultades creativas. «Cuando escribes eres un absoluto principiante. Cuando coges una guitarra o te pones delante de una página en blanco comienzas de cero. Es una lucha contra el silencio, contra tus debilidades. No tienes el control. Jamás piensas en si tu trabajo influye o si estás influido por alguien».
Cohen ha terminado un nuevo trabajo. «Lo he tocado delante de algunas personas y les ha gustado», confiesa. Es un álbum con diez canciones inéditas que ha llamado «Old Ideas» y que rompe un silencio de siete años. «Si Dios quiere, emprenderé una gira, pero no lo puedo decir todavía. Nunca se sabe bien si vas a empezar una o no. Me gustaría regresar a Valencia, donde suspendí el concierto. Fue la primera vez en una serie de 250», se disculpó con una sonrisa.
Cohen fue el protagonista al principio del día de ayer. Y también lo fue al final. En un homenaje que abría su poesía al público del Teatro Jovellanos de Gijón, que exploraba la huella de sus canciones en los jóvenes cantautores españoles, que rastreaba las influencias mutuas entre el compositor y el flamenco. Nacho Vegas, Javier Mas, las «Webb Sisters», el cantaor Duquende, el guitarrista Glen Hansard, Andrés Amorós y Laura García Lorca repasaron ese camino de ida y vuelta de admiraciones y ecos mutuos. Mientras, de fondo, sonaba el repertorio, a través de voces y estilos distintos, de Cohen: «Hallelujah», «Sisters of Mercy», «Famous Blues Raincoat»...
Un hija llamada Lorca
Hay una canción de Cohen titulada «Take this Waltz» que es una variación de un poema de Lorca. Al cantante siempre le ha atraído la cultura española. A su primera guitarra la llamó Conde. A la segunda, Ramírez. Y el flamenco le impresionó desde que lo escuchó por primera vez. «Me tocó inmediatamente». Esta querencia por lo español ha dejado huella hasta en su hija, que se llama Lorca. «Lorca fue el primer poeta que me invitó a habitar en su mundo, que logró satisfacer el apetito intelectual que otros poetas no podían, esa necesidad de encontrar significado».
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