Barcelona
Salvador Távora: «Jugarse la vida ante el toro es un derecho individual»
Dijo el poeta Rilke que la única patria de un hombre es su infancia. Y Salvador Távora, fundador de La Cuadra de Sevilla, tiene claro que el barrio del Cerro del Águila donde nació sigue siendo su paraíso. Con el ánimo claro del que encara la vida como una tragedia, Távora reflexiona sobre el arte, el toreo, la prohibición y el arreglo de su espectáculo «Carmen» con recortadores, que a día de hoy le ha valido la censura tanto de protaurinos como de animalistas. En medio de la polémica, Távora se mueve con la libertad de los que poseen el extraño don de la lucidez.
-Su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla.
-Crecí en el Cerro del Águila, en plena posguerra. En esas calles adquirí mis valores, pues los principales valores se adquieren en la infancia. He crecido con el barrio y hoy tengo mi pequeño teatro allí, en la antigua fábrica donde fui soldador. En ella leí mis primeros libros.
-Alberti, Lorca, Machado…
-En aquel tiempo había gente muy perseguida que se refugiaba en los barrios humildes. En el barrio había un señor, Emilio, que vivía de forma clandestina. Debajo de su colchón almacenaba los libros de Marx y de la Generación del 27. Fue un caudal grandísimo de aprendizaje para mí.
-De intelectual en ciernes, ¿cómo pasó a novillero?
-Justo enfrente de mi casa se alzaban los muros del matadero municipal. Los niños saltábamos la tapia para torear en los corrales. Los pobres toros que no servían para la plaza eran enviados allí a aguardar la muerte durante tres días.
-¿Y sufrían mucho?
-¡Lloraban! ¡Oía a los toros llorar durante tres días seguidos! Olían la muerte. Porque la muerte se huele. Morir así es mucho más terrible que morir en la arena, luchando por la vida. Y así fue cómo, desde niño, entablé una relación con la muerte que se me fue haciendo cada vez más familiar.
-Esa relación se la llevó más tarde al escenario.
-Es una relación entre el arte y el riesgo. Viene de esa época en que mi vida habitual se movía entre toros, tabernas y cante jondo. Con todo ello construí un lenguaje teatral. Pero mi aprendizaje directo de la muerte acabó el 21 de agosto de 1960.
-¿Qué ocurrió ese día?
-El matador Salvador Guardiola murió en la plaza de Palma. El toro «Farruco» se lo llevó por delante. A mí me tocó dar muerte al toro, y me juré que sería mi última faena como novillero.
-El torero sufre a veces. El toro siempre.
-La crueldad contra el toro no está en la arena, sino en los mataderos industriales como el de mi infancia. Allí, los toros son encauzados en una especie de tubo por el que se llega a una puntilla eléctrica. Una sola descarga hace caer al animal con toda su grandeza. Los que hemos visto morir al toro en uno y otro lugar sabemos que hay una muerte digna y otra que no lo es.
-Si se amnistiara al toro, quizás no se prohibirían las corridas.
-Pero el objetivo de la prohibición no es salvar al toro, sino que no veamos la muerte. El toro morirá cruelmente en el matadero. En nuestra sociedad, la muerte no se acepta. Hay una negación de la muerte y de su ritual. He notado un cambio enorme en la pérdida de respeto a la muerte desde mi juventud.
-¿Cómo era antes?
-Un verdadero culto, un ritual. Recuerdo cómo eran los duelos, el amortajamiento y traslado del muerto al cementerio… Todo esto tiene hoy un carácter clínico, blanco, higiénico. Cuando murió mi hermano, por desgracia en una clínica, se lo llevaron inmediatamente a la cámara frigorífica. Antes, la muerte no se escondía en frigoríficos: se le veía la cara y su recuerdo era imperecedero.
-¿Será que el recuerdo de la muerte invita a la vida?
-Es extraño, pero así es. Tener presente la muerte hace más auténtica la vida. Ahora estamos menos vivos porque ya no hay conciencia de la muerte: la hemos despersonalizado y parece aséptica.
-¿Somos tan pobres de espíritu?
-Tanto, que necesitamos las corridas para recordar que somos mortales. La corrida es un ritual artístico. Si no lo fuera, no tendría sentido. Y en este ritual lo importante es que el ser humano encuentra un espacio de libertad para jugarse la vida. El hombre debe tener la libertad de jugarse la vida cuando quiera.
-¡Ay, como le oiga la DGT!
-Siempre que no se ponga en peligro a terceros, jugarse la vida tiene que ser una libertad individual. Así como existe un derecho a vivir dignamente, tiene que existir un derecho a morir dignamente. Y también debemos contemplar el derecho a vivir peligrosamente. Libertad es la palabra clave: sin ella, no nos realizamos como seres humanos.
-Le veo muy vitalista como para ser un trágico.
-Pues qué raro, porque tengo un sentimiento trágico de la vida. Y no es por mi carácter andaluz: ese sentimiento trágico también lo tenía Unamuno. Andalucía es una tierra muy espiritual, aunque la profundidad del andaluz en sus relaciones con la muerte se ha tapado con folclorismo y falsa alegría.
-La Semana Santa es otro ritual trágico.
-También es una celebración de la muerte. Y tiene tanto color porque se trata de una expresión libre. Cuando el ser humano se expresa en libertad, se acerca a la verdad. Pero estamos en una cultura que lo clasifica todo, que etiqueta el arte y domestica la expresión. En el medio popular no existen las etiquetas. El estremecimiento que provoca el cante no tiene por qué clasificarse como diferente del pellizco que te da una ópera. La experiencia espiritual es la misma.
-Ha dicho espiritual: ya es una palabra mal vista por la Academia.
-Pues anda mal la Academia. Cada día vivimos con una mayor necesidad de espíritu, pero la espiritualidad se ve aplastada por la economía. Y me refiero a lo espiritual con una idea religiosa de lo terrenal: en Andalucía, las vírgenes son más valoradas por guapas que por milagrosas.
-¿Su teatro-ruedo de Sevilla investigará estos valores?
-Investigará viviendo. En los montajes de mis obras siempre recurro a lo que he vivido, no a lo que he leído. Por este motivo también es necesaria la vivencia de la muerte, que no es lo mismo que verla por televisión. Por ello seguiré investigando la cultura taurina.
-¿Se atreverá a llevar toros a Barcelona?
- «Carmen» volverá a Barcelona. Pero he adaptado el espectáculo con recortadores, que se juegan la vida delante del toro con sus acrobacias. Los protaurinos se han tomado mal el cambio. Los animalistas me censuran por igual. Y yo me siento bien en medio de la polémica. En «Carmen», el ritual de los recortadores tiene la misma fuerza de la muerte que la corrida.
-Ahora resultará que lo importante era jugársela.
-Es la parte fundamental del ritual. Cuando, en los años 30, se les puso peto a los caballos, también hubo una ola de protestas. Ahora también podríamos debatir si hay que hacer adaptaciones. Pero el diálogo parece imposible.
-Tirios y troyanos extreman sus posiciones.
-Es poco lógico que no haya ningún diálogo. Las posturas se han vuelto irreconciliables. En medio de todo, el hecho innegable es que el toreo es un acto artístico y seguiré luchando por su pervivencia.
Un espectáculo sin sangre de animal
Pese a la prohibición que pesó en su día sobre un espectáculo donde moría un toro, pronto podremos volver a ver la versión de Salvador Távora de la ópera «Carmen» en Barcelona. El director ha buscado una alternativa a la muerte del animal para acallar la polémica y mantener, al mismo tiempo, el potente ritual de muerte de la corrida. Cree haberlo conseguido gracias a los recortadores, especialistas que, al son de cornetas y tambores, realizan acrobacias y piruetas con la posibilidad muy real de que el toro les empitone. «Se juegan la vida, pero el espectáculo no incluye la sangre del animal». Los recortadores son tajantes en sus exigencias: los toros tienen que tener los cuernos intactos. Será un éxito.
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