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After hours por José Luis ALVITE

La Razón
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Soy aficionado al cine desde niño y tengo más de dos mil títulos en casa. He acumulado material pensando en que un día dedicaría cuatro o cinco horas de cada jornada a ver películas. Hasta que hace unos meses me he dado cuenta de que por mi edad pudiese ser que muera mañana, o la semana que viene, de modo que nada de lo que haga ahora, incluido el visionado de mis películas, tendré mucho tiempo para conmemorarlo. Recuerdo con emoción cosas que me ocurrieron hace cuarenta o cincuenta años, pero sé que dentro de otros cuarenta o cincuenta va a ser difícil que mi cadáver tenga tanta memoria. Se me pasó hace unos meses por la cabeza hacer el Camino de Santiago desde Roncesvalles. Pensé luego que el recorrido sería demasiado largo y estimé la posibilidad de empezar a caminar en Villafranca del Bierzo, tal vez en el alto de Piedrafita, aunque luego se me metió en la cabeza que tal vez tanta fatiga me costase la vida y decidí que lo mejor para tener éxito en semejante empresa sería echar a andar en la Plaza do Obradoiro. Ya sé que conviene tener entusiasmo porque es ahí donde radica buena parte de las posibilidades reales de envejecer con serenidad y con relativa salud, pero, sinceramente, no estoy por la labor, no porque haya desistido de vivir, sino porque a mí sólo se me da bien entusiasmarme con el desánimo. En mis días de marinero en la Armada, un sargento comentó medio en broma que en cualquier supuesto táctico de enfrentamiento armado nuestro bando tendría serias posibilidades de vencer sólo en el caso de que en un heroico gesto de sentido común yo me pasase al enemigo. Aunque desde niño siempre había querido vestir el uniforme de la Marina, mis dieciocho meses en filas no fueron un derroche de entusiasmo. Ya entonces pensaba que mis días de vida estaban contados y que si quería aprovechar el tiempo lo mejor sería empezar la cena por el postre. Ni siquiera creía en la posibilidad de envejecer con más garantías si no cometía la estupidez de correr riesgos. Lo pensé pero fue un pasajero acto de fe. Enseguida comprendí que los riesgos se tienen aunque se trate de evitarlos y que en realidad incluso a un reloj parado se le amontona sin remedio el tiempo.Definitivamente no haré el Camino de Santiago ni me sentaré a ver todas esas películas pendientes. Prefiero asomarme a la ventana y mirar cómo ocurren en la calle el sol y la lluvia, las flores y los niños, y lo haré sin entusiasmo pero también sin amargura, persuadido, maldita sea, de que si me cayese al vacío, el menos no me daría tiempo a aburrirme en el aire. Ya no espero hacer grandes cosas en la vida, de modo que podré recordarlas como si se hubiese tratado del último intento de encender una vela debajo del agua.